Hoy escribo aún conmocionada por la noticia que, como suele suceder,
no por esperada impresiona menos, para compartir con vosotros un acontecimiento triste: Ha muerto “la profe Berta”, maestra de
educación infantil en el colegio de mis hijos.
Sara fué alumna suya a los 3 años y solo encuentro palabras de cariño y
agradecimiento para ella. Este año también había empezado a ser su alumno mi
hijo pequeño, Sergio.
Desgraciadamente la enfermedad que padecía y que la apartó un
tiempo de su vocación volvió cuando ya parecía superada y tuvo que ausentarse ya de modo definitivo de la
que siempre será su clase. Yo, que no soy de lágrima fácil, cuando llegué este viernes pasado al cole a dejar a mi hijo y colgué su cazadora en el perchero, no pude
contenerme y lloré al recordarla con su mandilón azul y su sonrisa amplia a primera hora de la mañana
todos y cada uno de los días...
La profe
Berta era ese tipo de persona que no te deja indiferente, ni como profesional
ni como ser humano. Probablemente la mayoría de nosotros recordamos con
especial afecto a algún profesor o profesora de nuestro pasado escolar, por su carácter afable, su simpatía, su modo de enseñar y motivar o incluso por su severidad. A pesar
de que el recorrido de mi hija aún es corto (estudia 5º de primaria) sé que esa
persona para ella ha sido y es Berta.
En mi caso
particular, recién llegados a Vilagarcía desde otra ciudad y sin conocer a nadie,
ella representó desde el principio el papel integrador que necesitas cuando
llegas a un lugar desconocido. Era absolutamente maravillosa. Nunca una mala
palabra o un mal gesto, nunca un drama o una bronca y siempre amabilidad,
comprensión, positivismo, respeto y alegría.
La “profe
Berta” es la imagen del maestro en el sentido romántico de la palabra:
paciente, cariñosa, dulce, detallista pero rigurosa a la hora de aplicar disciplina en "elementos" que comienzan a formarse e inician su camino en la sociedad de manera activa. Cada niño que estaba en su clase era
especial para ella y así se lo hacía sentir. Y creo que por ese motivo todos la
adoraban... bueno no, la adoran. Yo he visto niños y niñas mayores pararse en
su aula al salir del colegio sencillamente para saludarla o darle un beso. Y el día que los profesor@s dieron la noticia a cada uno de sus grupos, las caras a la salida eran la imagen de la tristeza... Incluso algunos, llorando, buscaban el abrazo y el consuelo de sus padres. Fué realmente emocionante...
Los niños pasan muchas horas en el colegio, y la tarea de educar debe ser compartida con los profesores aunque, por supesto, lo fundamental sea nuestra labor como padres y madres. Ese entendimiento entre las dos partes es mucho más complicado de lo que pudiera parecer y en estos
tiempos en los que se extiende la creencia de que los valores importan poco, me siento feliz de que la profe Berta haya
formado parte de la vida de mis hijos. Ellos son lo
que más amo en el mundo y haber pasado por sus manos seguro que les habrá
ayudado a ser mejores personas, porque lo que ella inculcaba no se basaba exclusivamente en cuestiones académicas sino en el respeto, el compañerismo, la honradez y la alegría. Y cariño, mucho, mucho cariño...
La "profe Berta" no era una profe más, era una persona extraordinaria, alguien "especial", que irradiaba ternura y que ejercía su profesión con una entrega total, con alegría, con eso que llamamos "vocación", a pesar de que algunos ya no entiendan el significado de esa palabra. El recuerdo que guardaremos de ella es hermoso, de esos que ni el tiempo consigue borrar.
Ese es su legado.
Ese es su legado.