viernes, 29 de junio de 2012

Cuando yo era niña

Ayer me ocurrió una de esas cosas que te arrancan una amplia y sincera sonrisa y que obligatoriamente tuve que compartir por whats app como corresponde a los tiempos que vivimos, con los otros dos protagonistas: mis hermanos.

Los tres pasamos ya de la treintena. Bueno, uno ya sobrepasa tímidamente los 40 y yo estoy al borde...Solo el "pequeño" atisba el número de la suerte a cierta distancia.

Os cuento...Acabó el Italia-Alemania (lo sé, soy una enferma que veo todos los partidos pero éste era para estudiar bien al rival del domingo) y comenzó el momento del záping por si teníamos suerte y encontrábamos algo decente para ver antes de acostarnos. Y entonces apareció... una película en la 1ª cuyo protagonista era John Wayne y el título "El gran Mclintock"... Y ahí surgió el ataque de risa y de nostalgia.

Mclintock era el nombre en clave que Luis, el mayor de mis hermanos, utilizaba cuando jugábamos a indios y vaqueros sobre los sofás granates de material casi plástico que había en la casa de mis padres y cuyos apoyabrazos acabaron destrozados de tanto ser montados cual caballos por los intrépidos forajidos... Richard era Alberto, el pequeño, y la chica de la película, es decir, yo, se llamaba Liana. Como podéis observar los nombres eran ya absolutamente internacionales para la época (más o menos principios de los 80) y la imaginación desbordante  hacía que el juego se prolongase bastante tiempo y no nos cansáramos de repetirlo día tras día. Recuerdo que hasta las figuritas de cristal del mueble de madera oscura de los de toda la vida tenían una utilidad estupenda aparte de acumular polvo ¡¡¡Eran los chupitos de la cantina del lejano oeste!!! Si es que no nos faltaba de nada...

Uno de los recuerdos que tengo de cuando yo era niña es que teníamos pocas cosas (en el sentido material), muy pocos juguetes como tales... Lo clásico, la sillita de muñecas, la de paseo azul o roja con rayas blancas no las "inglesinas" de ahora... los balones, algún coche, las canicas, las chapas, muchas bolsas de indios y vaqueros y la bici... Nada más y nada menos. La Nancy, como era un lujo, vino más tarde, con la primera comunión, y el Exin castillos fué un éxito inesperado para los tres. También recuerdo un payaso de plástico al que había que encestarle unos aros de colores y que casi quemamos con una estufa.... No recuerdo exactamente quién fué el culpable pero seguro que yo no... 
Tuve también unos barriguitas, los auténticos, no los diseños horribles que han lanzado estas navidades pasadas, con su armario amarillo y sus perchas pequeñitas para colgar la ropa. Y un nenuco...o una imitación, no sé...

Pero éramos muy afortunados... Teníamos la suerte que todo niño desea: vivíamos en la calle...no en un parque con columpios sino en la calle directamente.

Por las circunstancias profesionales de mi padre nuestra infancia transcurrió en los cuarteles, en una época en la que había muchos niños de la misma edad con los que jugábamos hasta que casi era de noche (o sin casi) y nuestra madre nos llamaba a gritos desde la ventana un montón de veces... Íbamos al cole solos, en grupo, atravesando la "calleja" (nombre asturiano para una "corredoira"embarrada). Cuando ya era final de curso nos entreteníamos comiendo moras directamente de la planta (¡horror, sin lavarlas!)  y cruzando la carretera general hasta llegar al cole, donde hacíamos una fila sin nuestros padres observando cada uno de nuestros pasos.

Los veranos los pasábamos en la playa, dando la paliza hasta que nos permitían bañarnos y salíamos del agua con los dedos arrugados y ateridos de frío. Nos merendábamos unos bocatas enormes y mirábamos al horizonte con pánico por si mi padre aparecía después de su partida de cartas para tirarte al agua sin atender a tus súplicas y escondidos tras la espalda de mi madre por aquello de "perderle el miedo al agua".

Las cosas han cambiado mucho y supongo que así debe ser aunque creo que en algunos aspectos el rumbo es equivocado. Los niños no van solos a ninguna parte, los llevamos y recogemos a la puerta del colegio, juegan en los parques mientras les ayudamos a subir al tobogán, o vigilamos a cierta distancia si ya son más mayorcitos, por si se caen y sangran por la rodilla; bajo ningún concepto van a comprar el pan al barrio, tienen tantos juguetes que no saben a qué atender y su agenda está tan repleta de actividades extraescolares que apenas pueden jugar.

Sara, mi hija mayor, es una niña curiosa a la que le encanta que le cuente anécdotas de cuando sus tíos y yo éramos pequeños y le sorprenden muchas cosas, como es lógico. Entre las miles que le he contado hay dos que empatan entre sus preferidas.

Una es el hachazo que su padrino, Luis, me metió en la mano derecha mientras le sujetaba la rama de un pino que su mente lúcida había decidido cortar para Navidad; y otra, la bajada temeraria en bicicleta por una cuesta empinada y llena de gravilla y que terminó con Alberto y yo por los suelos: él con la cara rascada y yo con un diente roto... Todo ello unos días antes de mi primera comunión. Por menos, hoy en día la Xunta nos retira la custodia...jajaja.  

También le sorprende mucho que nosotros no íbamos a natación, ni a inglés, ni a ballet, baloncesto, pintura, música, judo etc. Simplemente jugábamos en la calle. También es cierto que cuando yo era niña y en pueblos pequeños no teníamos acceso a este tipo de actividades, porque no existía tanta oferta ni nuestros padres podrían afrontar el gasto. Y no pasaba nada. Todavía hoy me pregunto cómo llegaban a fin de mes con un sueldo y tres niños, cómo mi madre no acabó en un psiquiátrico con tres fieras a su cargo 24 horas 365 días al año, y, sobre todo, de qué modo consiguieron hacer de nosotros las personas solidarias, honestas, alegres y respetuosas que hoy somos. Al fin y al cabo, esa es la tarea más hermosa y más difícil de unos padres.

Las supuestas necesidades de los niños de hoy no son ciertas, se las crea la publicidad y nosotros mismos como padres.  Les hacemos competitivos desde que nacen: "el mío con tantos meses ya andaba, hablaba....", más adelante con las notas del colegio, los deportes y hasta los festivales de fin de curso.
Pero yo estoy convencida de que, a pesar de las consolas, el ordenador, la televisión y los móviles, los niños de ahora también adoran la calle... El problema es que, por la razón que sea, no les dejamos ser libres, los encerramos en los espacios abiertos de los parques perfectamente delimitados y les hacemos partícipes de nuestros miedos sin querer, al no permitirles poco a poco cierta independencia. Perfecta la canción de Serrat, "esos locos bajitos" para ilustrar lo que pretendo decir.

Alguna vez me han dicho que cuando uno mismo empieza a pensar con nostalgia en su infancia y decir "antes era mejor" es que se hace viejo... Pero yo no comparo para nada mi niñez con la de mis hijos, son épocas diferentes, con matices distintos y la realidad de hoy es más compleja. Pienso que los niños del siglo XXI tienen suerte en muchísimos aspectos pero salen perdiendo con respecto a nuestra niñez, en el tiempo que les dedicamos sus padres.

Mi aspiración, con respecto a la infancia de mis hijos es que, cuando ya tengan perspectiva para "juzgar" mi trabajo como madre, recuerden sus días como niños con alegría, con ilusión, sintiendo que se les quiso, se les enseñó y se les guió lo mejor que supimos.
Esa sería mi mayor victoria, que, cuando vuelvan atrás, piensen en su niñez y solamente vean luz.

martes, 26 de junio de 2012

Hablemos de amor.

Ni de coña voy a intentar definir el amor porque yo no creo que haya un solo tipo de amor incluso en el ámbito de la pareja...El amor se siente de forma diferente a lo largo de la vida, según la edad, las circunstancias y las personas. Hoy no voy a hablar sobre el amor maternal, porque necesitaría varias entradas consecutivas en el blog y unos cuantos paquetes de pañuelos de papel al lado del teclado. De esa sensación sin límite hablaré otro día. Tampoco del amor entre hermanos, hermoso y complicado, ni del amor al trabajo...que de todo hay en la viña del Señor... Lo de hoy va de amor de pareja.

La premisa imprescindible para mi es que no hay que emparejarse para ser feliz sino hacerlo porque eres feliz.

Parece lo mismo pero no lo es... porque la felicidad no viene nunca del otro, ni se puede ser feliz intentando hacer feliz a otro ni pretendiendo que el otro te haga feliz a ti. ¿me he explicado? Quiero decir que la vida de una persona no puede estar encaminada a hacer feliz a alguien o peor todavía, obligar al otro a que dedique la suya a hacerme feliz a mi. Eso, además de síntoma de una inseguridad enfermiza, es imposible de llevar a cabo.
Esperar que la otra persona se comporte igual que yo porque es lo que me gustaría o lo que considero correcto es un error que he aprendido a corregir. Los demás no son adivinos y lo que cada uno siente y el modo en el que lo siente es patrimonio personal e intransferible.
Muchas personas acusan a sus parejas de que no los quieren lo suficiente si no hacen o dicen tal o cual cosa. Lo que funciona con unos a otros les horroriza y lo que unos necesitan a otros nos parece excesivo. ¿cuánto es suficiente? ¿cómo medimos el amor? ¿en qué balanza pesamos quién quiere más a quien? ¿en qué máquina mágica metemos el alma del otro y satisfacemos todas sus necesidades? Yo creo sinceramente que hacer esas cuentas es lo de menos... Lo único imprescindible es el respeto por uno mismo y por el otro. A partir de ahí, es necesario ser generoso, entender que somos diferentes y que la entrega absoluta sólo existe si eres madre y se trata de tu hijo. El resto de los tipos de amor tienen sus limitaciones.

El secreto para que una relación entre dos personas que se quieren funcione es, bajo mi punto de vista, que ambas partes estén implicadas y no hace falta que sea exactamente al 50%. Que miren en la misma dirección hacia el futuro y evolucionen de forma paralela porque vivir en pareja es un trabajo en la máxima expresión de la palabra, desgasta mucho y cualquier error te deja en la puta calle...

Yo pienso que lo que sostiene el amor es la dedicación diaria, como en el Instituto, que si lo dejas todo para el último día es probable que suspendas o que el aprobado sea tan raspado que te obligue casi a empezar desde el principio el siguiente curso. En el amor no puedes relajarte y pensar que ya lo harás mañana... Y no, no estoy pensando en el sexo, que también...sino en los sentimientos, en los detalles desinteresados que nos unen sin palabras, en las miradas de complicidad y agradecimiento cuando comprendiste que no puedo más, en el gesto cariñoso, en el silencio en compañía...

La tarea de ponerse en el lugar del otro para intentar entenderlo es difícil de aprender, se alarga toda la vida y es dolorosa en muchas ocasiones. Pero la sensación de plenitud que se consigue va más lejos del simple hecho de querer a alguien. Tiene más que ver con una evolución en tu interior que te hace mejorar como persona y amar con el alma porque el otro, lo que siente, lo que le duele, lo que le alegra te importa y has aprendido a ver con sus ojos y sentir su alegría y su dolor como si fuesen tuyos.  
Y en ese instante descubres el daño que causas y que nunca sale gratis, pero también ves con claridad las cosas importantes que alimentan el amor: que me respete, que me desee y me valore, que trate de entenderme cuando mi carácter se pone difícil, que mire más allá de mi apariencia y mi cansancio y que cuando no acierto sonría y tenga paciencia o se vaya a la cocina a fumar un pitillo y vuelva sin rencor; que podamos discrepar sin alterarnos, que nuestras prioridades coincidan de vez en cuando, que le interese mi opinión y la tenga en cuenta, que coincidamos en el sofá e intentemos tocarnos los pies y sonreir mientras apartamos hacia los lados un par de niños que buscan un hueco entre los dos....y así hasta millones de cosas, incluyendo el sexo, por supuesto.
Cuando aprendes a ponerte en el lugar del otro, tu vida cambia; tu comportamiento no es forzado ni busca contraprestacion alguna, al contrario, es consecuencia de la visión generosa de cualquier situación. Y te sientes bien, no por el dolor que le evitas a la otra persona, sino por la paz que has logrado para ti mismo.

El amor no es sencillo porque lo subjetivo no atiende a razones y al enroscarnos en nuestra propia miseria nos olvidamos de que las cosas siempre tienen dos versiones o más y que hablando de sentimientos el porcentaje aumenta considerablemente.
Es fundamental descubrir que nuestra vida tiene sentido sin el otro, que somos dos personas distintas y que el objetivo final del camino es seguir así, independientes pero juntos, que nadie se muere de amor y que las puertas y ventanas solamente las cierra la muerte...

viernes, 22 de junio de 2012

Salir con amigas...

Lo primero que se necesita para salir una noche por ahí llegada una edad (ejem ejem) y dos hijos que absorben más tiempo y energía de la que tienes, es sentirte guapa. Si, así de superficial. Hay un momento en la vida en la que ya no te puedes permitir salir con un look casual, (vaqueros con cualquier camiseta escotada, un toque de maquillaje, tacón y tan divina...) entre otras cosas porque nada en tu vida es casual... Para irte unas horas sola con tus amigas tienes que movilizar una logística infernal que encima a veces falla y que casi y sólo casi te quita las ganas, además de tener disponible una abuela generosa que entienda que ya no puedes más y necesitas "liberarte".

A lo que íbamos... si la mañana en el que vas a salir por la noche con tus amigas es una de esas en los que todos los espejos-escaparates del mundo te dicen lo horrible que te levantaste ya todo saldrá irremediablemente mal. Y no lo digo como verdad irrefutable pero hay días en los que todo te queda fatal, tu piel está sin vida, el pelo no brilla ni se deja peinar, la ropa encogió durante la noche y encima parece que quiere dolerte un poco la cabeza. Es como una señal que pretende indicarte que es mejor que te quedes en casa.... ¿y qué hacemos contra eso? Y una mierda!!! Yo salgo aunque diluvie, aunque estemos bajo cero o tenga que ponerme el mismo pantalón de las tres últimas salidas nocturnas. Y eso sí es una verdad irrefutable: necesito salir, estar con mis amigas, tomar unas copas, reir hasta que me duele la mandíbula y sentirme viva más allá del rol maravilloso de madre que comienza con el desayuno-colegio-mercadona-comida-colegio...Continúa con actividades extraescolares-deberes-parque... Y termina con baño-cena-cama. Bueno, entre todas estas cosas, a veces también se cuela en la mañana la visita al banco, papeleos y compras y por la tarde-noche nada sería lo mismo sin una buena sesión de gritos variados, llantos y protestas con razón o sin ella.

Pero ayer no fué ese día, y salí con mis amigas...Y me divertí muchísimo, como cada vez que las veo. Tienen la capacidad de hacerme sentir que soy importante para ellas, que me echan de menos y que mi presencia en la farra nocturna la esperan como agua de mayo para sacarlas de su propia rutina. Es un intercambio de energía maravilloso porque nuestras vidas son ahora mismo muy diferentes pero lo que tenemos en común es tan auténtico que parece que saliéramos juntas cada semana...Y no es un tópico esta frase, es una realidad. Y me siento agradecida de que así sea. Es sano tener vida propia más allá de las obligaciones y ataduras de una familia pero no siempre es sencillo conseguirlo. Algunas veces la pereza, o el cansancio, o no encontrar hueco por ningún lado nos hacen perder momentos estupendos con nuestros amigos. Y no me refiero solamente a las salidas nocturnas (que a mi me encantan) sino también a la buena conversación alrededor de la mesa (si cocina Janet la cosa es perfecta) y el tiempo vuela recordando aventuras, riendo, arreglando el país, confesando miedos, dudas, compartiendo esperanzas y proyectos o analizando la vida y sus vueltas.

Cuando regreso a casa después de una sesión de "amigas" me siento como recién salida de un spa... Con ellas no tengo que ocultar si estoy triste o me siento derrotada, puedo quejarme, protestar e indignarme sin sentirme después culpable. Son aire fresco cuando el ambiente en mi interior está cargado y no pienso con perspectiva... No me juzgan, solo escuchan, entienden y callan... y opinan solo cuando consideran que es estrictamente necesario. No creo que se pueda pedir más.

jueves, 21 de junio de 2012

El ladrón de mentiras.

Hoy he tomado café con algunas mamás de compañeras de mi hija después de dejarlas en el cole. La conversación, no por repetida es menos interesante: nuestros niñ@s y sus "originales" mentiras...Y entrecomillo lo de originales porque realmente son cualquier cosa menos eso. Cuando pretenden hacernos pasar por idiotas todos cuentan más o  menos las mismas películas, añadiendo detalles de cosecha propia, pero la esencia de la trola es la misma: ocultar una nota de la profe, exagerar calificaciones de exámenes, fingir dolores para que vayamos a buscarlos al cole, no hacer los deberes asegurando que terminaron las tareas en clase, echarle la culpa a fulanito del lío del patio o jurar y perjurar que alguien los convenció para hacer no sé que trastada... Y luego están las de periodicidad diaria, las de andar por casa del tipo "yo no fui, yo no empecé, no estaba haciendo nada, no dije eso"...etc etc. El repertorio es amplio y doloroso porque las mentiras a pesar de que ellos no lo entiendan, duelen.
A propósito de este tema, quiero hacer una reflexión sobre la importancia y dramatismo que las madres y padres le damos a según qué mentiras. Sara tenía que hacer estos últimos días un trabajo sobre un libro que debía elegir libremente en la biblioteca de su cole. Para mi sorpresa apareció en casa con uno titulado "el ladrón de mentiras". Y creo que todos los adultos deberíamos leerlo.

El protagonista de la historia es un niño de 9 años que miente sin intención clara, por supuesto no por hacer daño, sino para observar las reacciones de la gente que está a su alrededor que le repiten constantemente que no se debe mentir pero que ellos lo hacen casi a diario con una impunidad que parece conceder la edad. Y él no entiende nada... Su entorno le tacha de mentiroso, pero al mismo tiempo su papá se queda dormido y llegan tarde al colegio y le dice a la profe que han tenido un accidente y por eso se han retrasado... Y no pasa nada.

Entonces se le ocurre comprobar lo que sucedería si él dijese una mentira tan grave como la que ha dicho su padre. Y le "confiesa" a una vecina que ha visto a su padre besándose con otra mujer, algo que no es cierto. Imaginaos el resto: los padres sintiéndose culpables por la educación que le han dado, el hermano alucinando, los profesores escandalizados y todo el mundo opinando sobre si tiene un problema sicológico o es un niño "malo". El niño, entonces, se plantea si decir la verdad todo el tiempo es posible y por qué a él se le exige lo que los demás no tienen intención de cumplir. Y decide que dirá todo lo que piensa en todo momento. Y comienza por decirle abiertamente a la mamá de una niña que su vestido naranja es lo más horroroso que ha visto en su vida y que además le sienta fatal. Ahora, nuestro protagonista tiene una nueva etiqueta: además de mentiroso es maleducado y desagradable.

Creo que esto nos da una idea de lo difícil que es mantener el equilibrio entre lo que predicamos y lo que realmente hacemos... Por supuesto que a los niños hay que hacerles entender que mintiendo no se llega a ningún sitio y que "cae antes un mentiroso que un cojo" pero todo en su justa medida. Si, justa medida, esa que nunca conseguimos encontrar cuando intentamos valorar el comportamiento de nuestros hijos. Ellos, cuando llegan a una determinada edad a pesar de que diferencian perfectamente lo que está bien de lo que está mal, a veces se atascan, comienzan algo, se enredan y no saben cómo salir...Y, salvo casos especiales en los que ya la cosa necesite ayuda profesional, no son conscientes del daño que nos causan. Son egoistas por naturaleza y sólo piensan en ellos mismos, en su beneficio, en como evitar un castigo o sentirse más importantes.

Comentando el libro con Sara le dije que la clave de la sinceridad es decir lo que uno piensa sin herir al otro, respetando sus sentimientos. No hay necesidad de ser cruel al expresar una opinión. Y le puse como ejemplo que si el vestido de una mamá te parece realmente horrible y ella te pregunta si te gusta, quizá no debas opinar directamente sobre él, sino comentar que el naranja siempre te ha parecido un color precioso.

Pero Sara, como en muchas ocasiones, me desmonta la coartada: "¿pero si el color naranja no me gusta qué hago?"

miércoles, 20 de junio de 2012

Me gusta el fútbol... ¿y qué?

Al final, la culpa de todos los males del mundo la tiene el fútbol.....a esa es a la conclusión que llego leyendo todas las cosas que circulan estos días por Internet. Y confieso que ya empiezo a estar un poco hasta las pelotas de que a los que nos gusta y nos emociona el fútbol se nos trate como miembros de un rebaño de incultos, sin conciencia social, despreocupados y simples...

Me encanta que a todo el mundo se le despierte ahora una rebeldía digna de la segunda república y que quieran unirse y salir a la calle para hacerse oir, para luchar por mejorar, para garantizar que les dejamos a nuestros hijos un futuro digno. Yo también estoy preocupada por la situación actual y mucho. Todavía busco mi trabajo ideal, tengo dos niños que van al colegio, se visten y comen a diario, una hipoteca y dos coches con sus respectivos seguros... Ya no cito los impuestos varios, teléfono, agua, comunidad y un largo etc que pago como todo hijo de vecino con bastante esfuerzo. Y contenta de poder hacerlo.

Sería de idiotas cerrar los ojos, y pensar que las cosas no están jodidas y que se van a solucionar por sí mismas....pero creo que se apunta en la dirección equivocada cuando se ataca al deporte: el fútbol lo es, aunque también, como todo en la vida, es un negocio. Y del fútbol viven muchas personas más allá de Cristiano y Messi. Personas que tienen un sueldo y mantienen a su familia. Mal que les pese a los que solamente ven un balón rodando por el campo, el fútbol abarca mucho más que eso....Abarca sentimientos....Y no me refiero sólo a los aficionados de los grandes clubs o selecciones nacionales, sino a los niños que juegan todos los días con la pelota, en la calle o el parque, a los equipos pequeños que representan a pueblos que ni salen en el mapa y hacen kilómetros para jugar en campos de tierra, a mi sobrino Hugo que para un penalti y su equipo pasa a la final...

La Eurocopa coincide con un rescate financiero a nuestro país que ninguno de nosotros hemos provocado pero que tendrá consecuencias y muy duras para nuestra vida diaria....Si, es cierto, y también coincide con la guerra en muchos puntos del mundo, y con el hambre en África, y con la explotación sexual de mujeres y niños, y con la corrupción de los políticos de nuestro país, y los "viajes pagados" de un magistrado....y con miles y miles de horrores más que todos conocemos.

Creo que la persecución que estamos sufriendo los futboleros de corazón por parte de todos estos fundamentalistas que se autonombran defensores de la igualdad, la justicia y la libertad no es justa y está ya en el límite de lo razonable. En todos los foros, facebook, twiter y demás sitios de internet, circulan fotos en las que se ridiculiza al aficionado, se asegura que el fútbol adormece a las personas y las distrae para no pensar. Por favor, no insulten nuestra inteligencia..... A mi me encanta el fútbol y ganar el mundial fué una de las cosas más bonitas que viví en mi vida. Si, soy así de simple...Al mismo tiempo, soy socia de Amnistía internacional y Unicef desde hace mucho tiempo, me considero una mujer inteligente y capaz, estoy informada sobre la realidad de nuestro país y me implico en todas las cuestiones que influyen en mi vida y la de mis hijos al nivel que puedo trantando de educarlos en el RESPETO.

No se trata de equipar la importancia de un partido de fútbol y la luchas de los mineros en Asturias. Por supuesto que no es comparable y no pretendo hacerlo yo....faltaría más! Cada cosa tiene su lugar, su importancia y su tiempo.

Quizá alguien me diga que lo que escribo es demagogia, y que el fútbol de primer nivel es un circo y tal vez tengan razón. Pero bajo el mismo paragüas tendríamos que abrigar a cualquier deporte de élite. Y no creo que los problemas cercanos del día a día los empeore o solucione el fútbol.

Apuntemos en la dirección correcta...ya está bien de tanto "romper los huevos" con el binomio fútbol-incultura. Por cierto, mientras escribo esto, marca Alemania su segundo gol....Si, soy una "enferma" que ve partidos sin remordimientos...incluso los que no son de la Roja....