martes, 12 de febrero de 2013

A propósito de Sara...

 


Estos días había decidido dedicarle una entrada en el blog a Sara por el día de su cumpleaños pero intentando alejarme de los consabidos: "cómo pasa el tiempo, qué mayor está, si parece que fué ayer..." Pero no es tarea fácil porque, en realidad, es exactamente así...
 
Por remontarme al principio de esta historia diré como verdad irrefutable que el nacimiento de un niñ@ revoluciona todo tu mundo y el de tu entorno hasta niveles insospechados y se multiplica por mil si, como fué su caso, es el primer bebé para padres, abuelos, tíos... Para que nos entendamos, un verdadero cataclismo de emociones que nos transformó uno por uno y para siempre. 
 
Un hijo es un disparo directo al corazón que convierte tu vida en un torbellino del que ya nunca saldrás. Y reconocer eso forma parte del viaje que emprendes el día que nace porque hasta ahí todo eran suposiciones propias, indirectas de familiares, consejos de amigos y frases agoreras de cualquier conocido que se cree con derecho a opinar.
 
Existe un cierto paralelismo entre el tiro que le pegan a Harrison Ford en la película cuyo título plagio en esta entrada y el impacto que supone la maternidad. A él, en la ficción, esa circunstancia le concede una segunda oportunidad para rectificar errores y mejorar como persona. A mi me ha dado la posibilidad de madurar, de entender, de escuchar, de sentir...
 
El instante en el que advertí que ocurría algo grande, diferente a cualquier cosa que hubiera imaginado fué el momento en el que latió el pulso de la vida y, como en cualquier película, ví su cara... aprecié su olor. Una visión fugaz pero que va más allá de lo comprensible y que produce escalofríos...
A partir de ahí y sobre todo en los días, semanas, meses y años siguientes entendí esa realidad que te anula y te confirma a partes iguales. Acepté que todo se vuelve del revés en tu interior cuanto le sube la fiebre y llora porque le duele algo, o le sangra la nariz, o un niño en el parque no le deja sus juguetes o siente miedo en su primer día de piscina. Asumí como parte de mi oficio como madre que las mariposas en el estómago aparecen cuando tiene un papel protagonista en el festival del colegio y se van cuando ha terminado con éxito y mi sonrisa de alivio y por qué no, de orgullo, ilumina todo el salón de actos. Acepté que mis sueños y mis miedos ya no me pertenecen, que soy el espejo en el que se mira y que mis errores la desorientan y mis aciertos la guían. Y que es mi responsabilidad acompañarla en su camino.
 
Escribir sobre Sara es un verdadero ejercicio de autocontrol porque se me ocurren un montón de palabras bonitas con las que llenar esta página si me dejo llevar por el torrente de sentimientos hermosos que van inevitablemente unidos a su nombre.


Sara es la que se despierta y se duerme día tras día en la habitación de al lado, la que huele a inocencia y a risas. Es inteligente, firme, cariñosa, alegre y directa. Algunas de sus ocurrencias son dignas de ser anotadas, sus preguntas imposibles y sus argumentos agotadores... Me corta la respiración cuando me abraza y dice “te quiero, eres la mejor” y me mira con esos ojitos vivos y grandes. Sonríe y me llena el alma…
 
Es la maestra que me ha enseñado a llorar sin pudor... La que me muestra día a día cómo el tiempo desfila rápido e implacable ante mí, perceptible en cada detalle de su físico, su ropa, su aprendizaje y su lucha por ser independiente.
 
A lo que hoy escribo no lo acompaña la preocupación por el mañana ni lo contamina el disgusto del ayer... Son palabras sencillas y libres, una caricia a mis propios sentimientos, esos que nacieron un martes de carnaval hace 11 años.