miércoles, 8 de abril de 2020

Canas en el pelo.

En muchos aspectos de la vida de me he considerado casi siempre una privilegiada. Estaréis conmigo en que morir y resucitar no está al alcance de muchos... Y daos cuenta de que hago esta afirmación en plena Semana Santa, para atar cabos más que nada.  

Analizando estos días extraños encerrados en casa he reafirmado mi teoría. Somos privilegiados los que entendemos la vida como un intento constante de vivir momentos felices cada día. Incluso cuando los golpes son muy duros y crees que nada volverá a su sitio. 

Durante un tiempo que pareció eterno creí firmemente que nunca recuperaría la ilusión, la alegría, las ganas de crear esos momentos felices y que me había convertido para siempre en una persona gris. Sí, exactamente eso: gris. Me daba auténtico pánico ser el dibujo animado con el nubarrón encima de la cabeza sin posibilidad de huida. Sin embargo, la experiencia me dice que nunca y siempre son palabras demasiado categóricas y que el espacio y el tiempo no son lo que parece. Es cierto que quizá la sonrisa no tiene la misma luz y la determinación a la hora de afrontar las decisiones parece menos firme. Es cierto también que lo que antes era roca lo han erosionado las lágrimas y el miedo es la constante en la ecuación de los sentimientos. Pero sigo siendo una privilegiada y entender eso en el que fue el peor momento de mi vida me ha ayudado estos días.  

Analizando la parte material y económica tenemos un piso chulo, grande, lleno de luz y equipado con cualquier aparato tecnológico que se os ocurra. Ah, y casi cualquier instrumento musical que también se os ocurra. Por no hablar de nevera a tope, chuches variadas, tele grande, sofá cómodo, calefacción si llegase a ser necesaria y cada uno su habitación para respetar tiempos a solas. Vale, no tenemos jardín... pero ni Sara ni yo somos rurales...jaja (no se consuela el que no quiere...). Llegado el caso, desde una ventana, vemos el mar a lo lejos. ¿Privilegiada? Sí.

Escribiendo ahora sobre cosas serias, todos nosotros estamos, de momento, libres de ese virus y no conocemos a nadie que esté o haya estado enfermo, muchos menos que haya fallecido. ¿Privilegiada? Desde luego. Muchísimo. Sabemos de sobra el drama que están viviendo quienes pierden un familiar en estas circunstancias y no voy a insistir en lo evidente: salud, salud y después si sobra algo, también salud. 

En estos días en los que la única forma de ayudar es quedarnos en casa hay tiempo para mucho y podemos dejar listas mil cosas para los años venideros... Sirva como ejemplo: trasteros recogidos y limpios, armarios a prueba de cualquier cambio de tiempo, declaraciones de la renta de hace 10 años en cajones que por fin van al contenedor del papel, cajas llenas de libros con las hojas amarillentas, fotografías maravillosas que nos transportan a momentos felices de nuevo, cartas de amor viejas, dedicatorias para cumpleaños e incluso invitaciones o menús de bodas, bautizos y comuniones. Aparecen cintas de vídeo con actuaciones que más nos valdría haber olvidado y cintas de casete que mis hijos ni saben para qué coño sirven ni tienen intención de aprenderlo.

Todo esto es casi un ejercicio de memoria histórica al que es maravilloso sobrevivir. Es rememorar situaciones, personas, palabras... Respetar recuerdos que nos agitan el cuerpo y permitir que, al instante, nos sorprende la risa o el llanto. De pronto ha bajado el ritmo de nuestra vida y tenemos minutos de sobra para ser conscientes del paso del tiempo. Algo así como mirarnos en el espejo con calma y lamentarnos (al menos yo sí) al ver con claridad las canas que ya sabíamos que teníamos en el pelo pero que sin el tinte quedan al descubierto. Un momentazo de estos días, sin duda.

Por suerte no son canas en el alma.   


lunes, 28 de agosto de 2017

Muerte súbita... y más.

No vi ninguna luz, ni sentí dolor, ni tuve unos segundos para que toda mi vida pasase por delante de mis ojos al estilo Hollywood. No tuve tiempo para pensar, ni despedidas ni angustias. No tuve palabras de consuelo de las que conceden tranquilidad ni más compañía que la propia ignorancia de lo que sucedería en los siguientes segundos. Nada de nada. Quizá por eso el recorrido de los días y semanas posteriores fue tan confuso, entre el alivio y el enfado, la euforia, las lágrimas, las preguntas, las respuestas, el inconformismo, la negación y el miedo.

El primer instante fue como estar observando una escena casi desde fuera, aturdida y cansada percibiendo al instante que algo muy grave había sucedido cuando alrededor de la cama las caras de los míos aunque iluminadas por una amplia sonrisa, me parecían ensombrecidas por las ojeras y el gesto desencajado. Cuando fui consciente por fin de dónde estaba, de que no habían pasado unas horas sino días y que aquellas caras entre el terror y la paciencia intentaban que me creyese lo increíble, mi mundo se cayó a plomo, con todo su peso, con toda su importancia y nada volvió a ser lo mismo.

Sentí que toda aquella euforia de mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo...me arrastraba sin darme un respiro para asumir lo que había ocurrido y a qué clase de monstruo debía enfrentarme a partir de ahora. No podía pensar con claridad. Me repetían una y otra vez que había sido afortunada, que todo iba a ir genial los próximos 50 años, que era un nuevo cumpleaños y no sé cuántas cosas más destinadas a despertar un optimismo impensable cuando te acabas de enterar de que has estado muerta. 

La visita del médico insistió en que pertenezco al porcentaje mínimo que sobrevive y además "como si nada", "recuperando el 100%". Yo escuchaba palabra por palabra cada discurso destinado a convencerme de mi suerte cada vez más sorprendida. Me mostraba dócil y atenta en cada charla tras la visita profesional que en un lenguaje médico retorcido pero cercano enumeraba las pruebas a las que se me había sometido y las que faltaban. Las visitas desfilaban día tras día incrédulas de verme "tan bien" con sus sonrisas, regalos, anécdotas y abrazos. Y yo seguía en el medio de aquella vorágine todavía impresionada.

Pero lo que me sostuvo en pie cuando me caía ahogada en mi desconcierto fue el sentimiento maravilloso que me transmitían los míos descaradamente felices por no haberme perdido. Y, por qué no reconocerlo, una se siente importante. Así que incluso me permití fingir alguna broma "mala herba non morre tan fácil", me dejé llevar y traer como una niña pequeña y permití que se convenciesen de que todo iba, efectivamente, bien. 

Pero en realidad yo sólo podía sentir angustia... Y cabreo... Y dolor... Y miedo... Y una impotencia que amenazaba con resquebrajarme desde dentro impidiéndome reconstruir los pedacitos hasta nuevo aviso. Otra vez las caras de siempre armadas de paciencia y comprensión nunca me juzgaron, supieron esperar, respetar mis tiempos convencidos de que saldría a flote apoyada en su muleta de cariño pero firme y directa como siempre. 
Aceptar esa inquietud, casi desesperación y convertirla en un aprendizaje positivo ha sido un camino durísimo. Me ha costado muchas lágrimas, poca valentía, noches sin dormir, análisis interior a tumba abierta (casi parece un chiste lo de la tumba) y rutinas en apariencia absurdas que me han ayudado a ver luz hasta en los momentos oscuros en los que las preguntas sin respuesta bloqueaban mi racionalidad. 

Es curioso como la mente nos lleva del Paraíso al Infierno con una rapidez entre mágica y peligrosa y cómo esa velocidad lejos de apaciguarme me hacía sufrir. Porque, en los primeros días, tras volver a casa y contra todas las apuestas que veían ese momento como un paso definitivo, me sentí en el Infierno, llena de miedos y dudas. Minuto a minuto regresé al Paraíso... los ojos de mis hijos.

Desde luego esto de la muerte súbita es una experiencia brutal. Golpeó mis cimientos inesperadamente y me sentí diminuta, manejable, a merced de lo que sea que la vida tuviese preparado para mi a a la vuelta de la esquina. Imaginé algunas noches (¿por qué las ideas demenciales se nos ocurren de noche?) que la cosa se repetiría y ya no pertenecería de nuevo a ese porcentaje milagroso... a nadie le toca la primitiva dos veces. Y me sentía cobarde, frágil. Y no estaba acostumbrada a esa sensación.
No puedo ni imaginarme lo que han pasado los que me quieren. De hecho he realizado una "labor de investigación" con todos ellos para que me cuenten su versión de los hechos, cómo lo vivieron y de dónde sacaron las fuerzas para enfrentarlo. Me he dado cuenta de que ese debate existencial que me acompaña desde la adolescencia no tiene mayor razón de ser que las ansias de conocimiento y control sobre todo lo que sucede en mi vida. Y, por supuesto, el egoísmo que fluye en todo su esplendor y quiso y quiere recordar, pero creo que no será posible a pesar de lo mucho que me he esforzado. No hay que descartar la hipnosis...

Y a los 3 meses esas lágrimas tan reveladoras en el concierto de Alejandro Sanz envuelta en una abrazo cómplice, desafiando a la afinación, gritando la letra potente de una canción que parecía escrita para mi en ese preciso instante de mi vida. Un llanto que arrasó con todo. Se llevó por delante mi pudor y me abrió el alma de par en par. No por ser una fan loca, que también, sino porque lo vi todo delante de mi cara y lo ENTENDÍ, así, con mayúsculas. El camino que he recorrido estos meses ha sido algo así como digerir-aceptar-entender-avanzar. Entiendo lo que significa despertarme cada mañana y no como frase tópica de libro de auto ayuda sino porque realmente lo siento así. Pienso muchas veces a lo largo del día incluso en momentos cotidianos, aparentemente intrascendentes, en todo lo que me habría perdido si la suerte, la casualidad, el destino, la conjunción de astros o mis propias ganas de vivir no me hubiesen rescatado.

¿Cuál es la finalidad de este texto?. Simplemente seguir adelante. Y compartirlo. Porque durante estos meses de reparación interior (que no física, que estoy estupenda) una especie de bloqueo me ha impedido recuperar aficiones que requieren determinado tipo de concentración: leer y sobre todo, escribir. Y estos días ya tenía el gusano de expresarme rondando la cabeza y le he obedecido. Aún así el verano ha sido divertido, hemos hecho mil cosas en familia, todas geniales. He visto a mis amigas y he pasado momentos fuertes y especiales con ellas. E incluso duermo algunas noches del tirón...


miércoles, 27 de enero de 2016

Entierros y más...

He visto estos días en Youtube algunos vídeos de la ceremonia de despedida de la gran Natalie Cole en Los Ángeles. 

Supongo que los "famosos" dejan por escrito o explican a sus allegados cómo desean que se les despida. He leído incluso que el marido de Céline Dion tratando de evitarle a ella todos esos engorrosos preparativos lo dejó todo atado y bien atado. 
Entre las celebridades podemos ver un acto discreto y solitario tipo David Bowie, algo ostentoso y folclórico como la Jurado o lleno de escenas desgarradoras y televisado como el de Paquirri. Por supuesto suelen ser multitudinarios porque los fans se movilizan en las redes sociales y llenan sus casas de velas, flores, mensajes y fotografías. Recordemos el espectáculo digno de un premio grammy del funeral de Michael Jackson o aquella telenovela en la que se convirtió la muerte de la Princesa de Gales. Hay tantos ejemplos como muertos famosos. Cada uno en su estilo.

La ceremonia de despedida de Natalie fue, por lo que he podido ver, acorde a su clase. Buena música, foto de un primer plano suyo sonriente en la curiosa "invitación" que se le daba a la gente cuando entraba, pantalla grande en la que se proyectaban sus mejores momentos y un buen coro gospel interpretando algunos de sus temas clásicos. Todo entre discursos breves de admiradores, amigos, familia y su voz maravillosa cantando como fondo al principio y al final del acto.

Entre los funerales de los "no artistas", pero que tampoco consideramos personas comunes y corrientes se me ocurren los denominados de Estado, si quien muere es alguien con especial relevancia política o institucional. 

Pongo en un punto distinto esas despedidas comunes y espeluznantes en lugares enormes invadidos por ataúdes colocados en fila cuando lo muertos son víctimas de un accidente, atentado terrorista etc.

Volviendo al mundo de los muertos anónimos es obligatorio citar el entierro a la gallega, es decir, mucha gente en el tanatorio que habla a gritos y lleva la cuenta de quien falta sin perder detalle de cualquier novedad morbosa sobre la causa del fallecimiento, si sufrió mucho o poco o le dio el chungo durmiendo o paseando. Me resultan peculiares esas escenas de las películas americanas en las que la gente visita a la familia del fallecido en su casa y se pone morada de comida y pasea con el plato en la mano de habitación en habitación mientras comentan la foto enorme del difunto que preside el salón de la casa.

Pero para funeral atípico el del Pibe... madre mía.

En su incineración estuvimos muy poquitos: 5 para ser exactos. Es un momento realmente triste que te obliga a enfrentarte con la realidad de lo insignificantes que somos pero al mismo tiempo el enorme vacío que dejamos en los que nos quieren cuando nos vamos. Fue emocionante, la verdad. 

El funeral en sí fue otra cosa. Todavía me muero de risa cuando lo recuerdo. Si, de risa...literalmente. 

En primer lugar, una ceremonia religiosa para un ateo confeso que solo creía en su libertad, su música y su agrio carácter que nunca escondía es arriesgado. "Yo agarro mi saxo y me voy a la mierda" era su lema.

Los que estábamos en la Iglesia ese día (menos de los que yo esperaba, por cierto, pero ése es otro tema) le conocíamos bien, habíamos trabajado bastantes años con él, algunos incluso le queríamos. Sabíamos que toda aquella parafernalia le estaba haciendo gracia o mosqueando, según el día que tuviese. Con lo bien que estaríamos comiendo un churrasco para matar el "alien" probablemente sería su comentario.

Estoy segura de que se revolvía allá donde hubiera ido escuchando desafinar al cura, que cantaba con vibrato de cabra en cualquier tono todas y cada una de las canciones que él detestaba... una por una. 

La situación era tan surrealista que a algunos nos costaba aguantar la risa. Pensábamos en él, en el gesto que pondría observando y escuchando aquel despropósito con la cara desencajada y gritando "que se cague el cantor". De hecho, una de las veces que el oficiante encargado de cantar se subió a una especie de mini escalón para alcanzar el micro y tropezó, casi se oye entre risas y murmullos: "El Pibe lo empujó". 

Saliendo de la Iglesia todos mirábamos hacia arriba temiendo que el techo se derrumbara o el suelo se resquebrajara bajo nuestros pies como castigo. Y sin mediar palabra todos reíamos... 

Esa fue la gran victoria del Pibe. 

lunes, 20 de abril de 2015

¿Exagerada? Tal vez

Al hilo de esa maravillosa despedida realizada en facebook (nótese el sarcasmo) de una concejala de la maltrecha cultura (llena de faltas de ortografía y frases mal puntuadas carentes de sentido) me he decidido a abordar un tema que, a lo largo de los años, me ha concedido la etiqueta de "pesada" entre mis amigos, familiares, conocidos, enemigos etc. Más que esa etiqueta considero que se me debería haber hecho entrega de la medalla al mérito por mi defensa de la ortografía. Si, esa gran desconocida e ignorada.

Lo siento si molesta pero es lo primero que veo en un texto: una falta de ortografía. Es una atracción fatal, no lo hago a propósito, de verdad, es que me llaman a gritos y no soy capaz de resistirme. Y me resulta insoportable.

Leer lo que esta mujer publica en Facebook es una aberración que demuestra que no tiene ni un poquito de vergüenza. La mujer del César, además de serlo, tiene que parecerlo. Si eres concejala se te supone cierta preparación. Y si además lo eres de cultura pues blanco y en botella. Pero este tipo de contradicciones ya no deberían sorprenderme... ¿o si?.
Hace un par de meses asistí a una reunión de padres con las tutoras de niños que cursan primero de ESO. En ella se nos explica que nuestros hijos están en una etapa complicada de su vida, que hay que poner límites, estar vigilantes y bla bla bla. En lo que respecta a lo académico, se nos insiste en el trabajo diario y la motivación. Se nos explica cuáles serán los criterios de corrección en los exámenes etc. Hasta aquí todo correcto. 

El momento terrorífico e inexplicable llega cuando nos ponen un vídeo "made in youtube" que, supuestamente, ha de servirnos como inspiración y ayuda en la tarea de educar a nuestros hijos. Un PowerPoint con una música de fondo agradable y subtitulado.

Pero ¡Oh, sorpresa! A los subtítulos le faltan tildes y sobran comas. ¿Cómo es posible que las tutoras de nuestros hijos que acaban de decirnos que se descontará 0,10 por cada falta en los exámenes y que es importante que sepan redactar correctamente nos "iluminen" con semejante ejemplo?. Mi indignación crecía por momentos y aún no consigo entender cómo fui capaz de controlarme y no decir nada. Quizá influyeron las patadas de mi compañera de fatigas en la silla de al lado. Pero es algo que me parece gravísimo. Y es más que probable que, cuando tenga oportunidad, se lo comente a ellas.

Considero que el nivel de exigencia, en cuanto a ortografía, redacción y expresión oral, en determinados ámbitos y a personas con formación debe ser alto, independientemente de que todos cometemos errores. Es intolerable la manera en la que se expresan, en ocasiones, políticos, periodistas y, como en este caso, profesoras de ESO. Personas, en principio, formadas y de letras, porque ya sabemos que un recurso infalible para algunos suele ser: "Es que se me da fatal, yo soy de ciencias".

Sin embargo, estoy convencida de que la mayoría de las veces es dejadez. Hay maravillosos correctores, diccionarios... Existe la posibilidad de editar vídeos y corregir los subtítulos, o elegir uno sin errores. Es cuestión de darle importancia, de querer hacerlo. Y en ciertos sectores, bajo mi punto de vista, una obligación ineludible.

Distinto criterio sigo en cuanto a las redes sociales o el famoso whats app. Os aseguro que sufro... pero ya he dado esa batalla por perdida. Y eso que yo escribo mis mensajes con las palabras completas, puntos, comas y tildes. A pesar de que el corrector me juega malas pasadas, rectifico en el siguiente envío. Ojo, no soy una fanática, contesto aunque me lleguen con abreviaturas...jajajaj.

Hay personas a las que le gusta compartir sus cosas en Facebook, por ejemplo. Su formación, a veces, es básica, tienen ya una edad o carecen de los conocimientos o quizá la "picardía" para consultar y corregir lo escrito. Pero en estos casos el contenido es lo importante; el contenido y las ganas de aprender y enfrentarse a las nuevas tecnologías con ilusión y valentía. Por eso me gusta leerlos y aprecio sus comentarios. No es a ellos a los que va dirigida mi crítica, sino a los profesionales que sí deberían cuidar estos detalles y a los adolescentes a los que les da igual ocho que ochenta como diría mi madre.

Tengo en casa a Sara, una "seguidora" de mi causa, por suerte y por desgracia. ¿Por qué? Pues porque es una sufridora. Soporta estoicamente expresiones del tipo "dijistes, no me lo deas a mi o andas a decir". Lee comentarios de sus amigos en las fotos que sube a Instagram con "h" de menos o de más. El repertorio de despropósitos orales o escritos que nadie o casi nadie de su círculo, salvo ella, aprecia y corrige es interminable. Y se indigna. Yo la comprendo y la animo a que ignore a los que la tildan de "sabionda". "Si se entiende igual" le contestan. Pero todos sabemos (y ella también) que no es cierto. Un texto mal puntuado es una bomba de relojería en la que se puede entender lo contrario de lo que se pretende decir. Uno invadido por las faltas de ortografía da sensación de desidia y uno mal redactado, sin cohesión ni coherencia, jamás llegará a conmover a nadie.

Afortunadamente ella no modifica su postura. Su ortografía es perfecta desde muy niña, su manera de redactar más que notable y su curiosidad por saber y aprender el significado de nuevas palabras no se agota. Es una lectora insaciable, con un oído fino y una lengua irónica que no permite que se cuestione la importancia de un idioma hablado y escrito correctamente. Eso me enorgullece porque demuestra respeto.

¿Soy exagerada? Tal vez.  

jueves, 12 de febrero de 2015

A propósito de Sara...

Hoy es el cumpleaños de Sara. Se me ocurren mil maneras de homenajearla... A ella y a mi, claro, pero intentando alejarme del tópico: "cómo pasa el tiempo, qué mayor está, si parece que fue ayer..." Pero no es tarea fácil porque, en realidad, es exactamente así...
 
Si me remonto al principio de esta historia diré como verdad irrefutable que el nacimiento de un niñ@ revoluciona todo tu mundo y el de tu entorno hasta niveles insospechados y se multiplica por mil si es el primer bebé para padres, abuelos, tíos... Para que nos entendamos, un verdadero cataclismo de emociones que nos transformó uno por uno y para siempre. 
 
Existe un cierto paralelismo entre el tiro que le pegan a Harrison Ford en la película cuyo título plagio en esta entrada y el impacto que supone la maternidad. A él, en la ficción, esa circunstancia le concede una segunda oportunidad para rectificar errores y mejorar como persona. A mi me ha dado la posibilidad de madurar, de entender, de escuchar, de sentir...

Un hijo es un disparo directo al corazón que convierte tu vida en un torbellino del que ya nunca saldrás. Y reconocer eso forma parte del viaje que emprendes el día que nace. En mi caso, porque en ese instante y, sobre todo, en los días, semanas, meses y años siguientes entendí esa realidad que te anula y te confirma a partes iguales.
 
Acepté que todo se vuelve del revés en tu interior cuanto le sube la fiebre y llora porque le duele algo, o le sangra la nariz, o un niño en el parque no le deja sus juguetes o siente miedo en su primer día de piscina, o se desilusiona porque su esfuerzo no se ha visto recompensado como esperaba,  o comienza a "sufrir" los impactos de emociones desconocidas. Asumí como parte de mi oficio como madre vivir en un permanente estado de alerta que no se relaja ni en situaciones "presuntamente" festivas. Por ejemplo, cuando tiene un papel protagonista en el festival del colegio y aparecen las mariposas en el estómago (por si se cae, por si se queda en blanco, por si...)  y se van cuando ha terminado con éxito y mi sonrisa de alivio y orgullo, ilumina todo el salón de actos. Reconocí que mis sueños y mis miedos ya no me pertenecen, que soy el espejo en el que se mira, que mis errores la desorientan y mis aciertos la guían. Y, sobre todo, que es mi responsabilidad acompañarla en su camino.
Sara es la que se despierta y se duerme día tras día en la habitación de al lado, la que huele a curiosidad y a risas. Es inteligente, firme, cariñosa, alegre y directa. Ahora que la adolescencia le revoluciona la mente y el cuerpo es aún más complicado contener su impulsividad, sus ganas de avanzar en la vida cual caballo de Atila. A las preguntas imposibles y argumentos agotadores de antaño, cuando era una niña inquieta y vivaracha, los sustituyen hoy contestaciones impertinentes y razones subjetivas de adolescente "sabidilla" que ponen a prueba mi carácter. A pesar de ello, en los momentos de tregua que concede nuestra batalla diaria, todavía se me corta la respiración cuando me da uno de sus abrazos apretados e interminables y dice “te quiero muchísimo, eres la mejor”. O cuando me mira con esos ojitos vivos y grandes... Sonríe y me llena el alma…
 
Sara es la maestra que me ha enseñado a llorar sin pudor... La que muestra día a día cómo el tiempo desfila rápido e implacable ante mí, perceptible en cada detalle de su físico, su ropa, su aprendizaje, su lucha por ser independiente, sus peleas con el mundo, sus emociones confusas y sus carcajadas contagiosas.
 
A lo que hoy escribo no lo acompaña la preocupación por lo que vendrá mañana ni lo contamina el disgusto del ayer... Son palabras sencillas y libres, una caricia a mis propios sentimientos, esos que nacieron un martes de carnaval hace 13 años.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El minuto de silencio....

Bajo mi punto de vista, un minuto de silencio es un gesto de respeto y reconocimiento a una persona que ya no está y por la que sentimos admiración y/o afecto. Y por ese concepto personal, la imagen de la plantilla del Deportivo hoy, en Abegondo, guardando un minuto de silencio en memoria del tal Jimmy me parece lamentable.

Y no porque piense que la muerte de este "aficionado" sea cuestión menor....ni mucho menos. Todas las muertes son dolorosas, sobre todo para la familia y amigos. Pero alguien que es padre de dos hijos y viaja 500 kilómetros para partirse la cara con energúmenos vestidos con una camiseta diferente a la suya no merece ningún homenaje. Lo siento, pero lo veo así.
Esta muerte es estúpida, inútil, pero en cierto modo esperable cuando lo que mueve los impulsos de las personas es una conducta irracional de odio y violencia poniendo como excusa el fútbol.

Y de eso va la cosa...de fútbol. Bueno...en realidad no. El fútbol no tiene la culpa de nada. Es un juego maravilloso que consigue despertar tristezas inmensas y alegrías infinitas.
 
Cuando la temporada pasada tuve la suerte de ver al BarÇa (para los que no lo sabéis, soy culé) contra el deportivo en A Coruña ya comenté en Facebook un "incidente" que presencié mientras nos íbamos del estadio. Para los susceptibles aclaro que sucedió en A Coruña pero podría pasar en cualquier campo de fútbol de España, desgraciadamente.

Un padre salía con su hijo de más o menos 10 años al lado. Caminábamos a la par en el medio de un montón de gente. Comentaban el partido y el chaval, decepcionado por la derrrota, decía que con Messi en contra era difícil ganar un partido. Su padre, en ese momento, presa de un malestar ciego le responde: "lo que había que hacer era partirle una pierna y así ya no juega". Casi se me cae el alma al suelo. Porque lo decía en serio, su gesto desencajado le delataba.
 
Me enfadé...tuve que contar hasta 20 para no responderle.... Así nos va...el fanatismo nos nubla la perspectiva y nos convierte en seres desprovistos de todo raciocinio. La respuesta que yo le daría a ese niño sería... Pues si, la verdad es que no conseguimos ganar, pero qué suerte la nuestra poder ver a uno de los mejores jugadores de la historia. Esa es la realidad de las cosas. Afortunados los que podemos verlos en directo y disfrutar del juego. Y quien dice Messi, dice Cristiamo Ronaldo o dice Isco o dice Iniesta. ¿Cómo podemos transmitir un odio tan visceral y decirnos personas civilizadas? El fanatismo lo pudre todo y el deporte no es una excepción.
 
Cada vez que veo en la televisión las imágenes de personas desencajadas insultando a futbolistas porque llevan una u otra camiseta, escudados en un "amor" absurdo e irracional a unos colores, cantando estrofas racistas, caminando por la calle entre policías a caballo porque son aficionados del equipo visitante y hay que "escoltarlos" como si estuviésemos en guerra, o increpando a los profesionales mientras entrenan porque han perdido un partido por goleada, o peleando como fieras entre gestos obscenos,  y miradas de auténticos desquiciados....siento miedo pero sobre todo una tremenda tristeza. Porque cada vez son más jóvenes los descerebrados que llevan su bufanda hasta las últimas consecuencias y no disfrutan del deporte, solo están pendientes de odiar al contrario y viven los partidos con violencia. Me pregunto cuál es la semilla de todo esto y llego a la conclusión de siempre: la educación que damos a nuestros hijos.
 
Creo que ya he comentado en alguna ocasión que Sara practica baloncesto. No lo hace mal pero nunca será una gran jugadora entre otras cosas porque le falta talento. Pero ella tiene mucha ilusión, va a entrenar tres días a la semana durante hora y media muy contenta, quiere aprender, es trabajadora y, por supuesto, le gusta ganar. Se divierte y practica deporte. Hasta ahí, creo yo, todo correcto. Los inconvenientes aparecen cuando los padres y madres se meten en el medio....Porque he observado que hay quien está convencido de que su hijo o hija es Messi o Gasol trasladando el tema al baloncesto y que ellos son sus representantes. Y eso es francamente peligroso.
 
He visto en la grada a padres y madres absolutamente trastornados, insultando a  niños del equipo rival  y discutiendo con  otros padres por si esto o aquello fue personal o penalti...  Incluso, en algún caso, elevando la tensión hasta llegar al enfrentamiento personal... El deporte es lo de menos, es solamente la  excusa para que los energúmenos o energúmenas, den rienda suelta a sus frustraciones o a sus ansias de notoriedad. Son los padres o madres los que quieren ganar, los que inculcan la falta de respeto al rival o al árbitro, los que justifican cualquier cosa con tal de conseguir la victoria y hacen de unas horas de diversión un auténtico calvario. De estas situaciones que describo a las imágenes de la tele no hay tanta diferencia y por eso me producen tristeza.
 
Yo, cuando Sara llora porque pierde, le recuerdo las palabras de su padrino "¿qué se hace cuando se pierde?" y ella, que no las ha olvidado, me contesta: "seguir entrenando". Cuando se queja de que una niña la empujó y el árbitro no pitó personal le digo que quizá no lo vio o no era para tanto. Cuando comenta que jugó poco tiempo le contesto que todas las niñas quieren jugar y hay algunas que son mejores que ella, o tienen más experiencia. Cuando critica a las rivales, le recuerdo que también son niñas a las que le gusta el baloncesto y que simplemente juegan en otro club. Y cuando gana y está feliz le insisto en que disfrute porque esa sensación es hermosa si no se vicia.

Y viciada está nuestra sociedad cuando tanta gente es capaz de organizar y participar en una pelea multitudinaria sin más razón que llevar banderas de equipos de fútbol diferentes y llegar al extremo de matar a alguien. Creo que a esa gentuza ni le gusta ni le interesa el fútbol y ya es hora de que se tomen medidas verdaderamente serias contra estos personajes. Y que los que nos escandalizamos al presenciar estos hechos seamos conscientes de que el problema no está solamente en primera división y que erradicar la violencia del colegio, del deporte, de la vida en definitiva es labor de todos.
 
Siempre digo que el día que España ganó el mundial fue uno de los momentos más felices de mi vida. Muchos no lo entienden, otros no se lo creen, pero es que el fútbol es precioso y te da instantes especiales igual que un buen libro, un viaje, una obra de teatro, una película o una canción. No hay que estropearlo...

jueves, 20 de noviembre de 2014

Ser niño....

Así que hoy es el día del niño... me ha parecido un momento tan bueno como otro cualquiera para reanudar mi actividad como "escritora", señal inequívoca de que las aguas regresan a su cauce aunque sea lentamente...
 
¿Qué significa ser niño...? Buena pregunta, sin duda. Tal y como van las cosas, la infancia es un período cada vez más corto y con una exigencia muy alta. No entraré a valorar la imposibilidad de conciliar la vida laboral y familiar porque no es el camino que quiero recorrer hoy en mi retorno al blog que creé hace ya algún tiempo con mucha ilusión. Ilusión,  una palabra que me encanta, porque siempre que la pronuncio me arranca una sonrisa. Ilusión es un sinónimo de ser niño. A no ser que leas los informes de Unicef o cualquier otra ONG o asociación que trabaje en favor de la infancia. Ahí las palabras ya cambian.
 
Nuestros niños, los de mi entorno estrecho, son afortunados. Van al colegio en vez de a trabajar picando piedra o ser obligados a prostituirse. Se les despierta por la mañana con un beso y una sonrisa entre sábanas limpias y calentitas, no con un grito o una patada en plena calle o quizá en su propia casa. Se les viste combinando colores y peinándolos con gomina, protegidos del frio con bufandas que hace su abuela y se les lleva de la mano a cualquier lugar desconocido. Ellos no caminan desorientados hacia ninguna parte, con las manos heladas y los ojos secos. Comen lo que les gusta y lo que no, incluso a veces entre riñas y llantos, porque ellos no tienen que mendigar ni rebuscar entre la basura algo que llevarse a la boca. Tienen tantas cosas que ya no saben que pedir a los Reyes Magos aunque siguen jugando en la calle o con el objeto más insospechado, mientras que otros no han visto nunca un juguete de cerca porque están ocupados tratando de sobrevivir. A nuestros niños les damos nuestra energía, nuestro tiempo, nuestro amor... Otros solamente reciben golpes e indiferencia y crecen en la más absoluta soledad. Nuestros niños, si tosen o les duele la barriga o tienen la varicela o algo incluso más complicado, tienen médicos a los que acudir, hospitales para ser tratados.... Otros, directamente, se mueren.
 
Pero no voy a seguir por ahí...Todos somos conscientes que la desigualdad y la injusticia también la pagan los niños (y mucho) y que el mundo es muy grande y la capacidad para cambiarlo no lo es tanto. Pero a mi me gusta confiar en el ser humano, me gusta tener ilusión... ya lo había dicho antes.
 
Algunas personas dicen que ser niño no es una cuestión de edad, sino de actitud (véase Peter Pan). Otros que es una etapa más o menos divertida o traumática en función de cómo le haya ido en el colegio. Hay quienes aseguran que es un período que se puede "obviar" y otros, por el contrario, aseguran que la infancia marca de una forma decisiva cómo será nuestra personalidad y nuestra vida futura.
 
Desde mi punto de vista ser niño es un chollo o una cruz (según se mire). Si eres niña, lo tienes todavía más complicado...pero tampoco es el tema de hoy.
 
Digo chollo porque te puedes permitir casi de todo. A ver... como regla general, comer sin engordar, decir algo inconveniente y que haga gracia,  llorar en público sin que nadie te tome por loco, entrar en todas partes sin pagar, paralizar el corazón de las personas cuando sonríes o dices "te quiero", movilizar un ejército cuando te has perdido en el centro comercial por despistarte jugando a Mario Bross, ir a la playa, al parque, al cine, a cumpleaños y fiestas y quedarte dormido si te da la gana, hacer tus necesidades "siempre y en todo lugar" como si fueses Dios y que hasta se celebre como si tocara la primitiva, viajar en sillas extraterrestres para coche, en carritos con aspecto de monoplaza de fórmula 1 y lo mejor de todo: "el colo", esa sensación indefinible de protección, de comodidad.... Si, si... más bien ese morro que le echan para no andar cuesta arriba....
 
Y digo que no tan chollo porque, sin darnos cuenta, a veces, cargamos a nuestros niños con responsabilidades excesivas, subimos el listón de la exigencia sin preguntarles y tenemos reacciones desproporcionadas que, obligatoriamente, ellos han de asumir a pesar de que no las entiendan. Lo expresa muy bien el gran Serrat en su canción "Esos locos bajitos" cuya letra debería ser un manual de instrucciones para padres.
 
Para mi, la niñez es ese momento concreto al que, alguna vez, he querido volver buscando refugio. Si cierro los ojos casi puedo tocarlo,  permanece en la memoria sin riesgo de deterioro o pérdida, me reconforta, me hace fuerte y me recuerda quien soy. Es por eso que el motor que alimenta mi vida es la ilusión. Si la mantengo, seguiré allí.