lunes, 20 de abril de 2015

¿Exagerada? Tal vez

Al hilo de esa maravillosa despedida realizada en facebook (nótese el sarcasmo) de una concejala de la maltrecha cultura (llena de faltas de ortografía y frases mal puntuadas carentes de sentido) me he decidido a abordar un tema que, a lo largo de los años, me ha concedido la etiqueta de "pesada" entre mis amigos, familiares, conocidos, enemigos etc. Más que esa etiqueta considero que se me debería haber hecho entrega de la medalla al mérito por mi defensa de la ortografía. Si, esa gran desconocida e ignorada.

Lo siento si molesta pero es lo primero que veo en un texto: una falta de ortografía. Es una atracción fatal, no lo hago a propósito, de verdad, es que me llaman a gritos y no soy capaz de resistirme. Y me resulta insoportable.

Leer lo que esta mujer publica en Facebook es una aberración que demuestra que no tiene ni un poquito de vergüenza. La mujer del César, además de serlo, tiene que parecerlo. Si eres concejala se te supone cierta preparación. Y si además lo eres de cultura pues blanco y en botella. Pero este tipo de contradicciones ya no deberían sorprenderme... ¿o si?.
Hace un par de meses asistí a una reunión de padres con las tutoras de niños que cursan primero de ESO. En ella se nos explica que nuestros hijos están en una etapa complicada de su vida, que hay que poner límites, estar vigilantes y bla bla bla. En lo que respecta a lo académico, se nos insiste en el trabajo diario y la motivación. Se nos explica cuáles serán los criterios de corrección en los exámenes etc. Hasta aquí todo correcto. 

El momento terrorífico e inexplicable llega cuando nos ponen un vídeo "made in youtube" que, supuestamente, ha de servirnos como inspiración y ayuda en la tarea de educar a nuestros hijos. Un PowerPoint con una música de fondo agradable y subtitulado.

Pero ¡Oh, sorpresa! A los subtítulos le faltan tildes y sobran comas. ¿Cómo es posible que las tutoras de nuestros hijos que acaban de decirnos que se descontará 0,10 por cada falta en los exámenes y que es importante que sepan redactar correctamente nos "iluminen" con semejante ejemplo?. Mi indignación crecía por momentos y aún no consigo entender cómo fui capaz de controlarme y no decir nada. Quizá influyeron las patadas de mi compañera de fatigas en la silla de al lado. Pero es algo que me parece gravísimo. Y es más que probable que, cuando tenga oportunidad, se lo comente a ellas.

Considero que el nivel de exigencia, en cuanto a ortografía, redacción y expresión oral, en determinados ámbitos y a personas con formación debe ser alto, independientemente de que todos cometemos errores. Es intolerable la manera en la que se expresan, en ocasiones, políticos, periodistas y, como en este caso, profesoras de ESO. Personas, en principio, formadas y de letras, porque ya sabemos que un recurso infalible para algunos suele ser: "Es que se me da fatal, yo soy de ciencias".

Sin embargo, estoy convencida de que la mayoría de las veces es dejadez. Hay maravillosos correctores, diccionarios... Existe la posibilidad de editar vídeos y corregir los subtítulos, o elegir uno sin errores. Es cuestión de darle importancia, de querer hacerlo. Y en ciertos sectores, bajo mi punto de vista, una obligación ineludible.

Distinto criterio sigo en cuanto a las redes sociales o el famoso whats app. Os aseguro que sufro... pero ya he dado esa batalla por perdida. Y eso que yo escribo mis mensajes con las palabras completas, puntos, comas y tildes. A pesar de que el corrector me juega malas pasadas, rectifico en el siguiente envío. Ojo, no soy una fanática, contesto aunque me lleguen con abreviaturas...jajajaj.

Hay personas a las que le gusta compartir sus cosas en Facebook, por ejemplo. Su formación, a veces, es básica, tienen ya una edad o carecen de los conocimientos o quizá la "picardía" para consultar y corregir lo escrito. Pero en estos casos el contenido es lo importante; el contenido y las ganas de aprender y enfrentarse a las nuevas tecnologías con ilusión y valentía. Por eso me gusta leerlos y aprecio sus comentarios. No es a ellos a los que va dirigida mi crítica, sino a los profesionales que sí deberían cuidar estos detalles y a los adolescentes a los que les da igual ocho que ochenta como diría mi madre.

Tengo en casa a Sara, una "seguidora" de mi causa, por suerte y por desgracia. ¿Por qué? Pues porque es una sufridora. Soporta estoicamente expresiones del tipo "dijistes, no me lo deas a mi o andas a decir". Lee comentarios de sus amigos en las fotos que sube a Instagram con "h" de menos o de más. El repertorio de despropósitos orales o escritos que nadie o casi nadie de su círculo, salvo ella, aprecia y corrige es interminable. Y se indigna. Yo la comprendo y la animo a que ignore a los que la tildan de "sabionda". "Si se entiende igual" le contestan. Pero todos sabemos (y ella también) que no es cierto. Un texto mal puntuado es una bomba de relojería en la que se puede entender lo contrario de lo que se pretende decir. Uno invadido por las faltas de ortografía da sensación de desidia y uno mal redactado, sin cohesión ni coherencia, jamás llegará a conmover a nadie.

Afortunadamente ella no modifica su postura. Su ortografía es perfecta desde muy niña, su manera de redactar más que notable y su curiosidad por saber y aprender el significado de nuevas palabras no se agota. Es una lectora insaciable, con un oído fino y una lengua irónica que no permite que se cuestione la importancia de un idioma hablado y escrito correctamente. Eso me enorgullece porque demuestra respeto.

¿Soy exagerada? Tal vez.  

jueves, 12 de febrero de 2015

A propósito de Sara...

Hoy es el cumpleaños de Sara. Se me ocurren mil maneras de homenajearla... A ella y a mi, claro, pero intentando alejarme del tópico: "cómo pasa el tiempo, qué mayor está, si parece que fue ayer..." Pero no es tarea fácil porque, en realidad, es exactamente así...
 
Si me remonto al principio de esta historia diré como verdad irrefutable que el nacimiento de un niñ@ revoluciona todo tu mundo y el de tu entorno hasta niveles insospechados y se multiplica por mil si es el primer bebé para padres, abuelos, tíos... Para que nos entendamos, un verdadero cataclismo de emociones que nos transformó uno por uno y para siempre. 
 
Existe un cierto paralelismo entre el tiro que le pegan a Harrison Ford en la película cuyo título plagio en esta entrada y el impacto que supone la maternidad. A él, en la ficción, esa circunstancia le concede una segunda oportunidad para rectificar errores y mejorar como persona. A mi me ha dado la posibilidad de madurar, de entender, de escuchar, de sentir...

Un hijo es un disparo directo al corazón que convierte tu vida en un torbellino del que ya nunca saldrás. Y reconocer eso forma parte del viaje que emprendes el día que nace. En mi caso, porque en ese instante y, sobre todo, en los días, semanas, meses y años siguientes entendí esa realidad que te anula y te confirma a partes iguales.
 
Acepté que todo se vuelve del revés en tu interior cuanto le sube la fiebre y llora porque le duele algo, o le sangra la nariz, o un niño en el parque no le deja sus juguetes o siente miedo en su primer día de piscina, o se desilusiona porque su esfuerzo no se ha visto recompensado como esperaba,  o comienza a "sufrir" los impactos de emociones desconocidas. Asumí como parte de mi oficio como madre vivir en un permanente estado de alerta que no se relaja ni en situaciones "presuntamente" festivas. Por ejemplo, cuando tiene un papel protagonista en el festival del colegio y aparecen las mariposas en el estómago (por si se cae, por si se queda en blanco, por si...)  y se van cuando ha terminado con éxito y mi sonrisa de alivio y orgullo, ilumina todo el salón de actos. Reconocí que mis sueños y mis miedos ya no me pertenecen, que soy el espejo en el que se mira, que mis errores la desorientan y mis aciertos la guían. Y, sobre todo, que es mi responsabilidad acompañarla en su camino.
Sara es la que se despierta y se duerme día tras día en la habitación de al lado, la que huele a curiosidad y a risas. Es inteligente, firme, cariñosa, alegre y directa. Ahora que la adolescencia le revoluciona la mente y el cuerpo es aún más complicado contener su impulsividad, sus ganas de avanzar en la vida cual caballo de Atila. A las preguntas imposibles y argumentos agotadores de antaño, cuando era una niña inquieta y vivaracha, los sustituyen hoy contestaciones impertinentes y razones subjetivas de adolescente "sabidilla" que ponen a prueba mi carácter. A pesar de ello, en los momentos de tregua que concede nuestra batalla diaria, todavía se me corta la respiración cuando me da uno de sus abrazos apretados e interminables y dice “te quiero muchísimo, eres la mejor”. O cuando me mira con esos ojitos vivos y grandes... Sonríe y me llena el alma…
 
Sara es la maestra que me ha enseñado a llorar sin pudor... La que muestra día a día cómo el tiempo desfila rápido e implacable ante mí, perceptible en cada detalle de su físico, su ropa, su aprendizaje, su lucha por ser independiente, sus peleas con el mundo, sus emociones confusas y sus carcajadas contagiosas.
 
A lo que hoy escribo no lo acompaña la preocupación por lo que vendrá mañana ni lo contamina el disgusto del ayer... Son palabras sencillas y libres, una caricia a mis propios sentimientos, esos que nacieron un martes de carnaval hace 13 años.