sábado, 28 de julio de 2012

Las orquestas parte II: Las comisiones de fiestas y la gata Flora.

Por si alguno de los que me leéis no conocéis el dicho, os resuelvo la duda: La gata Flora, si se la metes grita y si se la sacas llora... 

Es una de las frases míticas del gran Pibe (DEP) que quizá conocíais. Era un músico y arreglista estupendo, de carácter fuerte y espíritu libre con quien tuve el placer de trabajar y aprender unos cuantos años. Tenía un repertorio variado de expresiones ingeniosas importadas de su Argentina natal o de cosecha propia que pronto se convirtieron en parte de nuestro vocabulario, del mío especialmente.

Quizá el dicho de la gata no se caracteriza por su finura, pero tiene la virtud de que sirve tanto para un roto como para un descosido....Algo así, como "decídete ya, que pareces la gata Flora"

Pues algunas "comisiones de fiestas" (y hablo en general) son un poco así. A lo largo de mis años en las orquestas, me he encontrado con personas que nunca habían sido nada relevante en su vida y de pronto tenían un "cargo", presidente de comisión de fiestas, y se comportaban como si fuesen ministros... Era de risa. Aún no habíamos bajado de la furgoneta y ya tenían mil cosas para decir, instrucciones que dar y cosas que criticar. Si había más personas delante observando su labor, la cantidad de inconvenientes, reproches e incluso amago de bronca, aumentaba cuantitativamente...

Los miembros de las comisiones, a veces, son fácilmente identificables. Llevan las camisetas del mismo color con frases presuntamente ingeniosas, curran como locos en el chiringuito, piden canciones, pretenden contarte con todo lujo de detalles lo que han trabajado para conseguir el dinero que le van a pagar a la orquesta y a última hora les encanta subirse al escenario. En muchas ocasiones, prácticamente la mayoría, son dignos de admiración y respeto... Pero otras veces....lo que te apetecía en realidad era recoger el telderete, subir a la furgoneta y decir aquello de "toca tu".

Mis dos primeros años en Los Satélites fui una simple observadora en lo que se refería al trato directo con ell@s. No tenía ningún protagonismo en el sentido de ser una cara identificable a la que pudieran dirigirse para presentar una queja/petición formal. Era joven, cantaba bien, cumplía, pero no sabía bien el terreno que pisaba ni me implicaba más de lo necesario en ese tipo de labores de "relaciones públicas" aunque he de decir que con el paso de las temporadas eso evolucionó y mucho. El que llevaba ese peso a su espalda eran Lenny y Saavedra, claro. Realmente era duro lidiar con según qué tipo de personas que además, tenían una imagen de la orquesta a priori nada favorable: clásica, repertorio aburrido, mucho instrumental, poco dinamismo y un largo etc.

En el año 1994, las fiestas no eran lo que son ahora en muchos sentidos pero sí en la responsabilidad de hacer tu trabajo bien, día tras día, sin fisuras, con la cruz (hermosa, pero cruz al fin y al cabo) de estar donde estás y la obligación de defenderlo. En muchos casos, las comisiones de fiestas no te lo ponían fácil. Ahí van unos cuantos ejemplos de lo que es comportarse como la gata Flora.

Nada más llegar, te abruman con la exigencia de que hoy lo hagas igualito que hace 15 días porque te vieron no sé donde y arrasaste....No vaya a ser que en su pueblo no te esfuerces lo suficiente o no seas una máquina perfecta.
Otra muy común era citarte qué temas no debías tocar porque "a la gente no le gustan, son instrumentales y se aburren"- se justificaban- Luego, bajas del escenario y el público te pregunta por qué no las tocaste.

Y es que, entre los miembros de una comisión de fiestas es habitual que haya un supuesto entendido en música cuyo abuelo, o padre o hermano fué músico hace no sé cuántos años y se siente legitimado para opinar como si la orquesta fuese suya.
 
Una de los comportamientos que me ponía de los nervios era el comentario burlón "estos non son os Satélites de antes". Mi respuesta, a medida que pasaban los años y los escenarios me fueron curtiendo se hizo más tajante: "Señor, usted se jubilará, ¿verdad? Pues los músicos también". Incluso algún día de esos en los que el cable se me cruzaba irremediablemente solté, con mucha ironía, que hasta los músicos tenían derecho a morirse.
 
La cuestión de los horarios siempre ha sido conflictiva...Nunca tienen claro lo que quieren e incluso dependiendo del escalofón de tu interlocutor la versión cambia. Lo de ir tocando para que la gente te oiga y vaya saliendo de su casa es un clásico cuando el lugar de la fiesta está un poco alejado de las casas...jajaja. Suerte para nosotros que podíamos divertirnos interpretando temas preciosos con grandes arreglos  y mucho trabajo de ensayo que casi nunca se tocaban porque "no se los vendíamos a nadie", expresión cuya traducción es que el público no los escucha o se queda indeferente y por tanto, no sirven. Y había unos cuantos maravillosos que sonaban....buf, espectaculares.
 
El tema dedicatorias de canciones o lectura de carteles de fiestas, matrículas de coches y otros menesteres también es ejemplo claro del mal de la gata Flora que afectaba a muchas comisiones de fiestas aquellos años. Uno de sus miembros te indicaba que nada de parar la fiesta para esas cosas...Y luego otro se acercaba al escenario gesticulando como un poseso porque no leías la nota que te había dado hacía un rato. Ni que nosotros fuésemos adivinos y supiésemos que la nota venía de los "jefazos". Si es que donde mandan muchos...

El trato directo con los miembros de las comisiones de fiestas ha cambiado (como casi todo) a lo largo de los años, y en muchos casos ha sido para peor. En esta cuestión muchos músicos, cantantes, montadores etc. deberían entonar el mea culpa porque de la buena voluntad de muchos cuando se tocaba en su fiesta, abusaron unos pocos y alrededor de las orquestas se fué creando una leyenda negra (quizá merecida en algunos casos) que salpica ya a generaciones posteriores  que la sufrimos injustamente y que ha derivado en frialdad, desconfianza y a veces actitudes prepotentes de "yo pago, yo mando" difíciles de comprender.

Las comisiones de fiestas las forman un grupo de personas, que se esfuerzan para hacer de sus días los mejores de la comarca y rivalizan con pueblos o parroquias vecinas en orquestas y cantidad de días de fiesta. Se pelean (en sentido figurado) con representantes de distintas oficinas que los vuelven locos porque una cosa es lo que la comisión quiere comprar y otra lo que los "tratantes de orquestas" pretenden venderles. También luchan con sus propios vecinos y la rumorología de lo que hacen con el dinero de la parroquia, si lo emplean bien o se van de cena; tienen sus más y sus menos con los que montan el bar u otros chiringuitos, los metros que ocupan y lo que pagan; tienen disputas con las orquestas (el lugar en el que se pone la mesa de sonido es un clásico) que hay que reconocer que también incordian lo suyo y finalmente la madre de todas las batallas...la climatología. Y es que, en nuestra Galicia, aunque sea 25 de julio y Santiago Apóstol sea el patrón de España, puede que llueva a cántaros y todo se vaya a la mierda.

Está claro que para formar parte activa de una comisión de fiestas hay que tener mucha gana de lío, de quebraderos de cabeza, de afán de protagonismo o simplemente amor por la parroquia  y sus tradiciones para embarcarse en semejante locura. Yo he vivido fiestas en apariencia muy pequeñas, en lugares bastante remotos (una loma con cojones que ya habréis leido la parte I de esta historia y somos colegas y compartimos terminología) en las que no te explicas cómo cuatro casas pueden pagar una orquesta de las caras un sábado de agosto y empiezas a comprender el esfuerzo que supone implicarse para "facer a festa".
A pesar de que, por supuesto, hay muchas fiestas que organizan y pagan (tarde, mal y arrastro por cierto) los ayuntamientos, el grueso de las fiestas de Galicia son obra de la locura de las comisiones de fiestas. Y gracias a esa locura viven muchas familias.

No olvidemos que las fiestas de unos son el trabajo de otros.

sábado, 21 de julio de 2012

Momentos de playa.

Durante una etapa de mi vida que algunos conocéis no pisaba la playa más que en días muy contados por aquello de los horarios, el cansancio y la obsesión por cuidar la garganta. Sin embargo, me encanta y muchos recuerdos de mi infancia están asociados a ella. Por suerte, desde hace algunos años las cosas han cambiado y puedo ir a la playa prácticamente cuando me da la gana y el clima de nuestra maravillosa Galicia lo permite...

Me considero una persona extremadamente observadora... y las diferentes escenas que se contemplan  en la playa dan para mucho...así que hoy me apetece dedicar este comentario a los grandes momentos que nos depara una tarde cualquiera en una playa cualquiera.

Lo primero que debemos diferenciar para que estas letras lleguen a buen puerto es la compañía con la que vamos a la playa; nada tiene que ver una tarde con las amigas, tiradas al sol rajando sin parar, una tarde con la pareja charlando o durmiendo, según las necesidades de cada uno y...lo más de lo más...una tarde de playa con niños!!! Por ahí va la cosa...

El gran momento de playa comienza en cuanto aparcas el coche...más que nada porque hay que salir y cargar con los trastos hasta un lugar en la arena acompañada de dos niños (una de 12 y uno de casi 5) en cuyos planes no está ponértelo fácil. Se pelean, gritan y corren sin control...Pero lo cierto es que también se ríen así que hago la vista gorda y solo lanzo al aire una advertencia en tono grave: "cuidado que vienen coches". Cuando decidimos el sitio en el que nos asentaremos (porque lo nuestro parece un asentamiento de colonos judíos en la franja de Gaza) llega la primera dificultad de las próximas horas: pinchar la puñetera sombrilla. 

Si, los tiempos en los que iba a la playa ligera de equipaje y la sombrilla era considerada cosa de viejas han pasado a la historia. La sombrilla es imprescindible. Ese punto no admite discusión. Y ponerla en la arena parece algo fácil...pero no es así en absoluto. He observado que esa suele ser tarea de hombres....debe ser por lo de la fuerza bruta. Ellos se esfuerzan en colocarla de tal forma que no la derribe ni un tsunami y ellas (nosotras, las mujeres) nos limitamos a dirigir: "no, más a la derecha...bueno ahora ya está..déjala así...ahí no se va a aguantar..." y un sinfín de quejas bien intencionadas hasta que nos miran a punto de estallar, empapados en sudor y maldiciendo el momento en el que se apuntaron  a la excursión playera.
Es muy femenino eso de decirles (a nuestros respectivos) que hagan algo para a continuación estar supervisando cada movimiento cual mosca cojonera y casi nunca conformes con el resutado final. Esa frase de mi madre de "máis vale facelo que mandalo" cobra sentido en éste y otros muchos momentos.

El momento "échate crema" es uno de mis favoritos....Casi ningún miembro del sexo masculino se da crema protectora por iniciativa propia y a sí mismo. Y cuanta más edad...peor. Ellos están en su silla o en la toalla y somos nosotras las que insistimos "te vas a quemar...pero hombre, qué trabajo te cuesta echarte un poco en los hombros...después te quejas..." y bla bla bla. Y al final, nos levantamos nosotras para untarlos de arriba a abajo con esa sustancia pringosa que tanto les incomoda sentir en sus manos, pero que adoran notar en la espalda acompañada de un sutil masaje...

Y qué decir de los juegos en el agua con nuestros niños....(que también son los suyos a pesar se que en ocasiones se nos olvida). La estampa es más común de lo que pueda pensarse. A muchas mamás les falta girar la silla y dar la espalda a lo que ocurre en la orilla.. Y es que, reconozcámoslo...ellos son más osados y por qué no, más divertidos que nosotras a la hora de jugar en el agua con los niños. Y lo que para ellos es un rato de recreo, de risas sin normas, para nosotras respresenta un posible peligro. Si en el grupo playero hay más de una mamá "sufriendo" las aventuras acuáticas de padre e hij@, la conversación gira en torno al poco sentido común de los papás...que si son brutos, que si un día tenemos un susto, que si va a acabar llorando el niño...

La merienda es otra fuente inagotable de conflictos: ellas empeñadas en secarlos con mimo, ponerles otro bañador y sentarlos al sol en una toalla sacudida mil veces para que no coman con frio. Ellos erre que erre que van a tener calor y que se sienten debajo de la sombrilla. Y si la merienda la comparte una pareja... otro momento en el que asoma cierta tirantez "pásame la fruta...te olvidaste el cuchillo...la coca cola está demasiado fría...por qué no metiste más yogures... pues haber llenado tu la nevera..." y el tono se eleva hasta entrar en un dinámica de reproches que culminan en un malestar que a punto está de fastidiar la tarde.

Y, ¿que opináis de ese trance doloroso que supone que un hombre quiera guardar sus llaves, cartera o lo que sea en nuestra bolsa de playa de diseño moderno y colores alegres y lo revuelva todo? Algunos ya llevan su propio macuto (los menos) lo cuál es un alivio, pero yo he presenciado desde la distancia, cómodamente sentada en mi silla, alguna situación tensa, provocada por un "no encuentro la llave del coche...no cierras la cremallera y ahora está todo lleno de arena...te dije que lo guardaras en el otro bolsillo no en éste..."

El momento pelmazo es un clásico: "báñate cariño...si está buenísima, no sé para que vienes... solo un ratito para refrescarte..." que enlaza inevitablemente con el momento hacerse el gracioso, cuando te salpica o te da el temido abrazo del oso recién salido del agua. Si la chica en cuestión se enfada es una sosa y encima tendrá que aguantar un sermón aburrido sobre el sentido del humor del que carece y que es tan importante para vivir. Todo ello desde el punto de vista del energúmeno que monta un pollo cuando le interrumpen la lectura del Marca con una llamada de móvil...

Y ahora llega mi momento, es decir, cuando soy yo la que da que hablar en la playa con mis dos niños, colorada como un tomate (con lo mal que llevo el calor) pidiendo paciencia a los dos, que reclaman atención al unísono y sin dejar de pronunciar la palabra mágica que todo lo puede: mamá...
Mamá los juguetes, mamá quítame los zapatos, mamá dame mi libro, mamá no encuentro la toalla, mamá quema la arena, mamá quiero bañarme, mamá pisé una piedra, mamá la merienda...Y yo, cuento hasta cincuenta y sigo a lo mío porque acabamos de llegar y todavía he de desplegar en la arena una infraestructura digna de las obras del AVE. Admito que, a veces, la cuenta se interrumpe con un "¡esperad un momento, coño!" en un tono más que alto que, automáticamente, hace girar hacia nosotros las cabezas de quienes nos rodean pero que es muy efectivo.

Es duro ir a la playa con niños..,
En mi caso, procuro no molestar, incluso si puedo elegir, intento situarme al lado de más gente con niños y no de parejas acarameladas o matrimonios de edad avanzada con cara de pocos amigos que no se miran ni hablan en toda la tarde y que cada vez que abren la boca es para no estar de acuerdo en nada.
Insisto a mis hijos en que hay más personas alrededor, que la playa nos pertenece a todos y que el respeto no es negociable. Trato de que no pisen pies o toallas ajenas, le den a alguien con la pelota o salpiquen arena jugando con el cubo y la pala. Cuando, inevitablemente sucede, les reprendo y explico por sexta vez cómo han de comportarse y por qué. Y, por supuesto, pido disculpas.

Hay quien te comprende, sonríe y le quita importancia con la expresión tan socorrida de "son niños" y hay quien te mira como si fueses una delincuente por el mero hecho de haber tenido hijos y casi te hace sentir que deberías vivir recluída hasta que cumplan 18 años.

Pero lo cierto es que los adultos en pocas ocasiones son un buen ejemplo.
Pretenden dormir una siesta placentera y sin interrupciones olvidando que no están en la cama de su casa. Fuman y entierran las colillas bajo la arena y hablan a gritos. Corren como posesos hacia el agua para hacerse los tarzanes, llevándose por delante niños pequeños que juegan en la orilla, o meten a sus perros en el agua a cualquier hora del día...Y, lo reconozco, me resultan insoportables los que se dan largos paseos de lado a lado de la playa, con paso militar y cara de concentración absoluta y que son incapaces de desviarse de su ruta ni aunque tropiecen con un ejército. Ah!!! Y casi siempre nos encontraremos alguna escena apasionada  en el medio y medio de la playa...ellos lo disfrutan y la que escribe contesta a las preguntas que las posiciones y actitudes generan en nuestros niñ@s

En fin, que somos animales de costumbres y que rápidamente nos adueñamos de un espacio público utilizándolo como propio. Y así nos luce el pelo en estos momentos, (pero ese es otro tema).

Pese a todos los inconvenientes (de la vuelta a casa y la arena en todos los rincones imaginables hablaré en otra entrada), los días de playa con niños son maravillosos...Ellos sí que saben disfrutar sin complicarse,   sin desperdiciar su tiempo en cosas triviales y sin irritarse a cada minuto, salvo causa justificada. Por ejemplo, que otro niño le quite sus utensilios para construir castillos o diques de contención, que alguien pise sus flanes, se meta en el agujero secreto cavado en la orilla o le salpique mientras intenta rescatar la pala del agua... Todo lo demás son nimiedades.

Tendríamos que aprender de su manera sencilla de ver la vida, pero no voy a ser demasiado severa. Para justificarme y justificarnos un poquito diré que bajo un sol de justicia todos cometemos errores...


domingo, 15 de julio de 2012

Vivir para contarla: mamá libre!!!!

Gabriel García Márquez es mi escritor de cabecera por decirlo de algún modo. Es ese autor al que nunca te cansas de leer. Me fascina y siempre descubro cosas nuevas, aún en libros cuyos párrafos me sé casi de memoria.

Esta semana he podido releer bastantes cosas y una de ellas ha sido "Vivir para contarla", algo así como las memorias de Gabo, un recorrido por su infancia y juventud, un libro en el que se van destapando acontecimientos reales o imaginarios y que reconoces al instante porque ya los has vivido con anterioridad en sus escritos. Es un viaje alucinante que te ayuda a comprender mejor y valorar más, si es que eso es posible, el universo de García Márquez y  reedescubres aquellos pasajes que prácticamente habías olvidado de sus obras maravillosas. No sólo lo he leído por segunda vez, es que he podido hacerlo en momentos elegidos al azar, en lugares dispares, con música o en absoluto silencio, antes de dormir, al despertar, en la playa, en mi salón...en fin, os podéis imaginar que ha sido una auténtica gozada.

¿Y cómo se ha producido ese milagro? Pues porque he tenido exactamente dos días y medio exclusivamente para mi...¡¡si!! acepto felicitaciones, pirotecnia e incluso comentarios envidiosos.
Quizá parezca intrascendente lo que digo, pero yo lo he vivido con una satisfacción enorme, quizá por ser algo que parece inalcanzable desde hace unos años. No se puede leer a García Márquez y disfrutarlo con interrupciones, leyendo a ratos de manera forzada porque es el minuto que tienes. Al menos, yo no puedo...Para mi leer, sobre todo si es algo que me gusta mucho, es un ritual sagrado que necesita de determinadas condiciones para que sea placentero. Sino, es otra cosa: devorar páginas, entenderlas y asumirlas, pero sin verdadero disfrute....

Estos días "libres", lo han sido de verdad. Sara se fué a un campamento el domingo pasado y a Sergio lo "embarqué" rumbo a Priegue (Nigrán) con sus abuelos paternos un par de días después. Aún a riesgo de que se me entienda mal, digo abiertamente que la sensación de liberación ha sido brutal...como si hubiese recuperado una parte de mí misma que peleaba por no dejarse ahogar.

Voy a confesar que además de cultivar mi faceta lectora, me he permitido dormir sin horario, no comer o comer bocatas, ir a las rebajas sin prisas, caminar por la calle paseando, sin vigilar mi espalda, los laterales y los ángulos muertos buscando al enano de casi tres años que se para en todas partes o anda en dirección contraria; tomar un vino en una terraza, en silencio, solo contemplando el horizonte y sin que me aturda con su conversación una niña de 10 años que le saca punta a todo y sin el estrés de salvar cada 5 minutos el vaso de zumo de su hermano de romperse en el suelo.
Mi casa se ha mantenido en estado de revista tres días y hasta se podía avanzar por el pasillo sin esquivar dinosaurios, coches o piezas de construcción.
Me he permitido elegir la ropa y el calzado que ponerme para salir a la calle por las mañanas con tiempo suficiente, e incluso probando varias versiones. Todo ello, con tranquilidad, sin tener que aparecer en el salón en ropa interior o con un solo zapato para intervenir en una disputa. Ni que decir tiene que he aprovechado para comprar una crema hidratante que promete maravillas y que elegí en el paraíso de las perfumerías y después de una deliberación larga, larga...
Me he hecho manicura y pedicura que, espero, me dure otros dos meses o más y he entrado en mil tiendas para no comprar nada, solo para experimentar lo que se siente mirando por mirar, sin quejas ni brazos tirando de ti para salir a la calle en dirección al parque más cercano.

En resumen que he gozado de la soledad que me encanta, me llena y le hace mucho bien a mi salud mental desde que era una adolescente. Aunque lo cierto es que el efecto me duró más bien poco...

Para ser sincera  en cuanto se terminó la primera tarde de libertad se rompió el hechizo porque enseguida me agobié pensando que si la noche estaba tan fresca, Sara quizá tendría frío en su tienda metida en el saco...o los mosquitos... que la pobrecita tiene en común conmigo que la abrasan sin piedad, o si no hace migas con sus compañeras de tienda, o no se echa la crema y se quema, o se marea en el barco en la excursión a la isla de Ons...en fin, toda una retahíla de infortunios que podrían amargarle el campamento a mi artista...
Nada más lejos de la realidad, o lo que es lo mismo, paranoias típicas de mamás. Una de las notas distintivas del carácter de Sara es su capacidad de adaptación, además de ser una niña alegre, sociable, inteligente y llena de energía. Creo que ninguna de las  chorradas que a mi se me han ocurrido serían capaces de pararla. Y, por supuesto, así ha sido.

Con respecto a Sergio la cosa fué más tranquila...al fin y al cabo estaba con sus abuelos que es la mejor opción para un niñ@ si no están sus padres y su ausencia era más corta. Aunque bueno, la llamadita de rigor para saber si hizo caca no la puedo evitar. Menos mal que la madrina del niño me conoce y me mantiene al tanto de sus deposiciones. Y porque no pido detalles de la consistencia y el olor sino también me los darían...jajaj.

La conclusión es que los eché de menos como era de esperar pero tampoco tanto....y creo que eso es sano para mí y para ellos.

Cuando esta mañana fui a recoger a Sara al campamento, mientras caminaba hacia el lugar donde estaría ella, sentí el corazón latiéndome fuerte con una emoción enorme, esperando el momento en el que me viera entre la gente y se le iluminaran los ojos....
Para nada fue así...se le iluminaron, si, pero cuando vio a su hermano. A mi me hizo un gesto más bien soso con la mano y desapareció entre sus nuevas amigas que le firmaban la camiseta, le pedían el correo electrónico o el teléfono y la abrazaban con cariño.
La verdad es que la ingrata pasó de mi totalmente, pero no me sentí rechazada ni triste ni siquiera desilusionada. Mi primer sentimiento fué de alivio mientras la observaba integrada  y contenta. El  segundo fué  orgullo porque su primera sonrisa había sido  para su hermano.

Pero la sonrisa tuvo una duración breve: al regresar hacia el coche se produjo ya el primer altercado; ella mandando y queriendo dirigirlo, él protestando e intentando empujarla y yo con un grito pidiendo paz.... Una madre también de regreso hacia el coche que pasó por nuestro lado me miró resignada sonriendo y dijo: "volvemos a la rutina". Y yo le contesté: "Por suerte."

Y sí que volvimos...con todas las consecuencias. Una de ellas, un viaje de vuelta que termina en dolor de cabeza porque Sara no para de hablar...pero bueno, para compensar, una de las cosas que me dijo como solo ella sabe hacerlo fue: "cuánto te quiero y cómo te eché de menos, mamá...".

¡¡¡Será falsa la tía!!!

lunes, 9 de julio de 2012

El aburrimiento.

Definición de aburrimiento de la Real academia española:
Cansancio, fastidio, tedio, originados generalmente por disgustos o molestias, o por no contar con algo que distraiga y divierta.

Impresionante lo mucho que se puede decir en tan poquitas palabras...Hoy ha sido (bueno todavía es, para mi) el día que refleja a la perfección esa palabra: aburrimiento.
Seguramente soy una ingrata que no debería quejarme porque hoy es domingo y tengo todo el tiempo del mundo para dedicarme a.... ¿hacer lo que quiero hacer? No. ¿hacer lo que debería hacer? No al cuadrado. Pues eso, a no hacer nada que es lo mismo que aburrirse...y ese aburrimiento excesivo  deriva en tedio y finalmente en el fastidio total. 
Y que vaya por delante que a mi, el arte de no hacer nada me encanta y además se me da bien. Pero cuando yo quiero, no cuando la pereza, el hastío y la tristeza me empujan...Creo que he dado en el clavo, la tristeza.
Un momento, voy al diccionario....Buf, el castellano es maravilloso: demasiados sinónimos y matices para una misma palabra. Y yo no estoy afligida, ni melancólica, ni apesadumbrada, sencillamente siento tristeza pero no estoy triste.

Empiezo a estar preocupada, no le pillo el punto a lo que quiero explicar...pero tampoco me extraña...
Deber ser el tiempo...o al menos esa es la excusa que utiliza todo el mundo para los estados de ánimo inexplicables y que nunca son felices. La niebla nos afecta a los huesos, las tormentas nos producen dolor de cabeza, el calor una mala leche considerable y la lluvia apatía...
Pero si reflexionamos un momento, debemos reconocer que todos sabemos describir por qué nos sentimos felices pero pocos de nosotros acertamos a explicar la razón de nuestra tristeza. Porque cuando hay un  motivo identificable, es decir, una pérdida familiar o amistosa, un disgusto laboral o económico...en fin, ese tipo de cosas reconocibles, nos producen sentimientos de dolor,  preocupación, pena o incluso ira.  Sin embargo, la tristeza, al menos para mi, es algo mucho más profundo y difícil.
La realidad de este día es que no me ha dado la gana de despertar y sentirme a gusto conmigo misma, sonreir y concentrarme en las cosas que me ayudan a estar bien.  Al contrario, he permitido que la tristeza caiga sobre mi como una losa que me impide caminar, me crea una angustia que dificulta la respiración y una sensación de no-alegría que me enreda más y más hasta que me creo que es cierta... La tristeza es tan relativa como la vida misma y a no ser que te invada por completo y te paralice tiene cura. Solamente hay que esforzarse un poquito... A ver...dejar de bostezar, levantarse del sofá, arreglarse con cierto mimo, vestir a los niños, preparar meriendas y venga...a la calle como rayos, a buscar un plan divertido, una tarde de parque o de playa, el cine, o a visitar monumentos... Si por el camino te apetece llorar...pues a tragarse la sensación y mirar al frente.

Sin embargo, hoy, ha ganado ella. Y por goleada...Menos mal que la guerra es larga y la frase a la que recurro cuando mi neura interior está rozando un límite imposible suele darme resultado. Es, quizá lo suponéis, el título de este blog : "Mañana será otro día"

lunes, 2 de julio de 2012

Las orquestas parte I : Cómo se llega a una fiesta.

Pues a eso voy directamente, a dar una clase magistral sobre cómo se llegaba a un lugar, a una fiesta en concreto, cuando los GPS y los móviles todavía no existían o los tenían personas muy determinadas entre las que no nos encontrábamos nosotros.
Los primeros años en la orquesta teníamos dos furgonetas y durante algún tiempo yo viajaba en mi coche, pero luego la cosa se unificó y compartíamos una sola, un poco cutre al principio pero ya más moderna y cómoda hacia mis últimos años.

Una de las cosas más surrealistas que he vivido buscando "el campo de la fiesta" ocurrió camino de una actuación situada en un lugar mal comunicado, de carretera estrecha y sin ninguna señalización. Entre nosotros, cuando el lugar al que íbamos a tocar estaba alejado de la civilización, solíamos clasificarlo de dos formas: o era una "loma" porque, al menos, había un bar-taberna-tasca-tienda que tenía un baño y café caliente o una "loma con cojones" cuando eso ya ni exisitía y el chiringuito de la fiesta era el único lugar al que acudir cuando bajabas del escenario. Por lo tanto, a mear de campo y tomar el café de vuelta a casa.

Era bastante típico discutir entre todos si íbamos bien, si nos habíamos pasado, si había que girar a la izquierda, o había que parar a preguntar....Ese era el gran dilema cada uno de los días en los que la fiesta no era asfalto: preguntar...¿a quién? pues por pura ley de Murphy a cuatro personajes diferentes, todos ellos catalogados por una servidora con la estimable ayuda de algunos compañeros, cuya conclusión tras un estudio exhaustivo y desde el más profundo respeto, es la siguiente: 

1º.- El listillo, es decir, el que va caminando por la cuneta acompañado de dos o tres personas más, les deja que te indiquen y cuando terminan interviene para decir que no, que por ahí es más difícil, que no conocemos la zona y que mejor por el lado contrario.
2.- El desorientado: este es un personaje ante el cual era difícil aguantar la risa: atención a su repertorio: "ti ves aquel ramal á dereita...pois ese non o collas...despois hai unha curva a esquerda e polo seguinte cruce non vos metades, polo outro...", todo ello indicándote con la mano la dirección contraria de la que te dicta verbalmente.
3.- El turista, que en un perfecto acento vasco o madrileño te dice que él no es de allí, que sus padres si pero que ya no recuerda nada....
4.- El pelma...es el que te interroga a ti, te cuenta su vida, te menciona cualquier detalle sin importancia sobre el itinerario, incluidas las piedras que hay en el camino y no te deja arrancar la furgoneta cuando ya le has dado las gracias porque está apoyado en la ventanilla dándote conversación haciéndose el simpático.

Pues bien, volviendo al momento surrealista del que os hablaba, viajando un día hacia una fiesta con pinta de "loma con cojones", Saavedra, jefe y chófer experto, se empeñó en que no era necesario preguntar, que bastantes coches iban en nuestra misma dirección y que con total seguridad se dirigían a la fiesta. Recorrimos unos kilómetros cuesta arriba y por carretera estrecha siguiendo a unos cuantos coches a treinta por hora en nuestra flamante furgoneta rotulada con el nombre de la orquesta. La cosa se puso al rojo vivo cuando llegamos a nuestro destino: ¡¡¡un entierro!!! Las carcajadas se oían aún con las ventanillas cerradas y maniobrar en aquella carretera para dar la vuelta era bastante difícil, con coches aparcados a ambos lados y el chófer reventado de la risa. Esto fue, desde luego, el number one de las llegadas a las fiestas.

Otra situación que se daba con bastante asiduidad era entrar por dirección prohibida o apartar vallas de señalización y parar en seco al encargado de turno que venía a echarte la bronca con un estándar: "somos de la orquesta" lo cual para nosotros significaba que podíamos aparcar casi donde nos diera la gana. Y al hacerlo, pues como los hombres (y una mujer) de Harrelson, bajando uno por uno, con la mochila o abriendo el bocata, bostezando, con el instrumento, la inefable funda de la ropa para el escenario, una chaqueta porque aunque salimos de casa a 30º en el interior de Lugo ya refresca... y una mirada alrededor para intentar adivinar el tipo de fiesta y por tanto de público, que nos íbamos a encontrar.

Y el colmo de la desorientación ya era fiarse de las luces que se colocan en los pueblos, o la megafonía de Radio Pérez.... Os explico. Una orquesta puede ir a tocar a una determinada parroquia que comparte nombre con otras 5 o 6 y que sólo se diferencian por el santo que acompaña ese nombre. Por ejemplo San Julián de Meis, San Pedro de Meis, San Martiño de Meis... y encima están bastante cerca unas de otras. Si tienes suerte y los vecinos se llevan bien te lo explicarán sin problema....Si no, tal vez te digan algo como "son os de alí abaixo" señalando hacia un punto en el infinito. El faro que nos orienta para llegar al escenario suele ser la iglesia parroquial, situada en el alto, en ocasiones incluso la veíamos desde la furgoneta mientras dábamos vueltas y más vueltas tratando de guiarnos por las luces colocadas en la entrada de cualquier cruce, el campanario de la iglesia y la música de orquestas que suena por la megafonía de Radio Pérez u otro similar y que el viento lleva y trae en distintas direcciones. Una verdadera odisea para llegar hasta la verbena y normalmente otra para irte...

Cuando las fiestas son en lo que nosotros denominamos asfalto, la cosa cambia y es, aparentemente, más sencilla. Las ciudades, pueblos, villas... aparecen en los mapas y llegas a tu destino a tiro fijo y sin apenas incidentes reseñables. Como máximo algún atasco terrible porque hay desfiles o procesiones, o es la fiesta de la empanada y está todo lleno de puestos para venderla, y no consigues acercarte al lugar donde tienes que trabajar. Al final, de puro cabreo, la mayoría vamos andando hasta el escenario mientras el que conduce se desespera intentando aparcar.

Yo siempre he dicho que el horario del músico no empieza cuando se abre el telón y suenan las primeras notas...eso casi es lo de menos. El recorrido hasta que ese momento llega suele ser más aburrido, más cansado o más estresante que la actuación misma sobre todo si, por cualquier motivo, vas justo de tiempo.

Hubo una época en la que la geografía gallega no tenía secretos para mi. Y todavía conservo cierto olfato para llegar a una verbena...aunque confieso que también me he perdido unas cuantas veces.

De una de las últimas "rutas turísticas" (ya retirada) que hice para ir a ver a Javi por la zona de Redondela me rescató Sara que tiene un sentido de la orientación impresionante. Habíamos divisado ya el campanario de la Iglesia, las luces y hasta oíamos el bombo de la batería probando sonido...pero a la hora de elegir en cada encrucijada, intersección, confluencia o lo que sea de mil caminos, nunca acertaba y hasta tenía la sensación de que siempre regresábamos al mismo punto.
Tras mucha resistencia por mi parte a reconocer que estábamos en el medio de ninguna parte y ya cabreada por sus comentarios agoreros de que nunca llegaríamos a la verbena,  la dejé que me indicara paso a paso, en cada cruce, la dirección que debíamos tomar. Por supuesto, acertó, y ahora que lo recuerdo contándolo tengo la sensación de un déjà vu...
Y me veo a mi misma, hace ya más de 15 años, cómodamente sentada en un asiento de la furgoneta, protestando porque íbamos al revés y nadie me daba la razón, rompiéndole la cabeza al conductor que ya empezaba a hartarse de todos nosotros, los sabiondos recostados en nuestros asientos, que opinábamos sin parar de la ruta más conveniente, vacilando, segurísimos del sitio en el que nos habíamos equivocado . Lo que ocurría con frecuencia es que tampoco teniamos ni idea y la "bronca" que se montaba hasta llegar a la fiesta no terminaba en ese instante, sino que se prolongaba en el tiempo hasta convertirse en el tema recurrente, en la "coña" del verano en los viajes de vuelta a casa en los que, con el cansancio, aparece la risa tonta que transforma cualquier comentario en un momento de risas que pasa a la historia. Por suerte para mi, recuerdo unos cuantos de esos.