domingo, 20 de octubre de 2013

La disciplina.

Soy una defensora de la disciplina, en las cosas grandes y pequeñas...es decir, tanto en los estudios o el trabajo, como en la organización de viajes o la educación de mis hijos... Es una filosofía de vida.
 
No sé si eso es bueno o malo y mucho menos si ese "detalle" y otros de mi carácter me han beneficiado o perjudicado en momentos clave. Está claro que cuando uno pone la cara lo más probable es que se la partan, pero en ocasiones se recibe una caricia, una muestra de solidaridad valiente que hace que el golpe inicial haya merecido la pena. No tengo madera de heroína, pero es verdad que me mojo, que cuando hay marejadas en lo personal o profesional expreso mi opinión y la defiendo. En la cafetería y en la oficina y estoy orgullosa porque es la misma (probablemente la de la cafetería incluya palabrotas....). A veces pido lo mismo y no lo recibo. Me decepciono, sufro... y busco a quien comprenda mi frustración y me diga el típico "con la verdad se va a todas partes" que me gusta mucho o el "ya te dije que no  se puede ir tan de frente" que me gusta menos o el "para qué te metes en jardines que no te incumben" que no me gusta nada de nada. Es lo que hay....frase muy recurrida para situaciones diversas y que enmascara una frustración difícil de asumir... Al menos para mi.
 
A veces me canso de decirme a mi misma y a los demás que con trabajo, voluntad, ilusión, disciplina y alegría se consiguen objetivos, que nada es imposible, que el tiempo pone a cada uno en su lugar y que todo tiene solución menos la muerte.
 
Si soy sincera sólo creo ciegamente en la última de las citas y por razones evidentes. Del resto, de vez en cuando dudo y sobre lo de que el tiempo pone a cada uno en su lugar, confieso sin remordimientos que, en determinados casos,  la espera se hace interminable. Y no por rencor.
 
Hace ya algunos años que entendí que la mochila que se transporta día a día en el alma llena de ese sentimiento pesa demasiado, no produce ninguna satisfacción y roba energía para continuar caminando. Así que, la mía, la dejé en la cuneta, sané las heridas y seguí adelante. Eso si, luchando mucho para conseguir liberarme de ella...(era como la mochila de Dora la exploradora...un auténtico coñazo).
 
A lo que iba...Una tiene ya una edad, una cierta experiencia en la vida y a pesar de que ya me han dado una cuantas bofetadas, conservo intacta la ilusión cuando comienzo una nueva etapa. Debe ser por testaruda y porque me niego a darle la razón a los que desde que ando sola por el mundo cruzándome con personajes de toda índole, me repiten una y otra vez que consiguen siempre lo que quieren los mentirosos, los jetas, los inmorales, los manipuladores, los victimistas y los pelotas. 
 
Es cierto que ya he sido testigo unas cuantas veces de que se tiene paciencia excesiva con el que no cumple, se consiente todo tipo de atropellos al sinvergüenza que envenena el ambiente, se alaban y se consideran puntos a favor cualidades que ya deberían sobreentenderse en alguien profesional y, sobre todo, se defiende lo indefendible... Algunas situaciones duelen, otras producen asco, pero al pensarlo con calma suelo llegar al mismo punto: la tristeza.
 
Si, la tristeza es uno de los sentimientos que peor asumo...Cuando algo me despierta esa sensación sé que la cosa es grave... Es triste que las personas no puedan vivir tranquilas y dejar vivir a los demás, que no sepan compartir, que desconozcan la empatía y la solidaridad, que se crean en posesión de la verdad cada vez que hablan y que su mundo sea un lugar egoísta cuyo objetivo es ir y venir repartiendo mierda.
 
A qué viene este sermón de Doña Perfecta, estaréis pensando... Pues no lo sé con seguridad. Debe ser que se acerca mi cumpleaños y estoy haciendo un recordatorio de aciertos y errores... Y me he dado cuenta de que han desfilado por mi vida unos cuantos cabrones y cabronas que me han hecho daño, unos cuantos mentirosos y mentirosas que han intentado confundirme, unos cuantos impresentables que me han amargado días de trabajo, unos cuantos envidiosos y envidiosas que han intentado contaminar a mis amigos (por supuesto sin conseguirlo, por eso son mis amigos), unos cuantos que apoyándose en títulos que no se ganan sino que vienen dados se han dado a sí mismos el derecho de opinar y maldecir sobre mi  y otros cuantos cuya ausencia, ha proporcionado paz a mi vida.
¿dónde están todos estos? Ni idea...Pero tampoco es que me importe.
 
Lo que me importa es la disciplina que cada día me impongo para mejorar. La disciplina de no caer cuando todo me empuja y de enfrentar los problemas con una sonrisa. La disciplina de ver el vaso medio lleno, de no perder la ilusión ni la confianza. La disciplina de insistir, de comprender, de apoyar, de ser crítica, de saber perder... La disciplina, en fin, de vivir.