lunes, 30 de diciembre de 2013

Estadísticas, balances y resultados....


A mi me gusta la Navidad... El ambiente en la calle, los regalos, las luces... Me gusta poner el árbol con los niños que lo toquetean todo y pretenden colgar 10 bolas en la misma rama, me gustan los interminables festivales de villancicos del colegio y esperar colas para pagar coches, discos o bufandas. Me gusta ir a ver la cabalgata, diluvie, nieve o nos ataquen los caramelos lanzados con saña y las señoras histéricas recogiéndolos. Me gusta ver a los niños más pequeños e inocentes abrir los paquetes y contar historias de cómo los reyes o papá Noel se comieron las galletas que les dejaron en el salón y me gusta todavía más observar cómo se convierten en cómplices los que ya pasan de esa edad y nos ayudan a mantener la magia. Me gusta la mesa enorme que pone mi madre por Nochebuena o fin de año, reír con mis hermanos, comer hasta reventar, debatir, tomar "digestivos" y acostarnos a las tantas. Me gusta que me llamen o llamar a los amigos, recordar con ellos y sentirlos cerca, me gusta desear y que me deseen felices fiestas.

Las estadísticas dicen que a medida que se cumplen años la ilusión por la Navidad mengua hasta casi desaparecer porque uno se va cansando, tiene problemas, desaparecen seres queridos...es decir, una larga lista de razones que los hartos de la Navidad enumeran con indiferencia. Mi estadística afirma con convencimiento que deberíamos verlo exactamente al contrario. Cada vez mayor ilusión porque vivimos un día más en compañía de los que aún están aquí, y a pesar de que nos sentimos agotados las ganas de compartir momentos felices con los demás y con nosotros mismos nos concede la fortaleza necesaria para seguir adelante y enfrentarnos a las dificultades, disgustos y, por qué no, las bofetadas de la vida. Y todo esto, por supuesto, aplicado a la Navidad o al mes de agosto.

También, llegado el momento en el que se aproxima el final del año, es típico y tópico "hacer balance" de lo sucedido... Los telediarios y ediciones especiales de periódicos nos bombardean con un "recuento" y casi todos realizan la distinción entre "lo mejor y lo peor" del año que termina. A veces, incluso se hace un ranking. Hasta Disney Channel programa de nuevo los mejores episodios de la temporada de su series y dibujos más famosos. Tiene su mérito e incluso es divertido. Cuando nos resumen el año en imágenes, la sensación que produce es que hace ya mucho tiempo que sucedieron... Y es que un año da para mucho. Debe ser por eso que acumulamos peso en la mochila.

En el caso personal de cada uno de nosotros, ¿hacia dónde se inclina la balanza?... Pues, como todo, depende... A la hora de realizar ese recuento, nos influyen muchos detalles y las premisas de objetividad no suelen cumplirse... Lo bueno, sencillamente se nombra sin valorarlo y lo malo se agiganta con dramatismo. La insana tendencia del ser humano es darle más importancia a lo que nos duele que a lo que nos hace disfrutar. Así que lo de un buen o mal año es relativo. Si la primitiva nos arregla el futuro y al mes siguiente muere alguien a quien queremos, ¿cuál es el balance?. El ejemplo es extremo, casi absurdo, pero mi pretensión es poner el acento en que se magnifican las malas experiencias y se relativizan las buenas como si fuese más importante lo que hace sufrir. De ahí que el balance particular de muchas personas comience por las pérdidas y no por las ganancias. Desde mi punto de vista, un grave error.

Mi balance acostumbra a inclinarse hacia lo positivo... supongo que es mi carácter, o tengo suerte, o me esfuerzo en destacar lo que me ilumina y no lo que me oscurece el corazón.  Este año me ha dado motivos más que suficientes para que el peso de la balanza me ahogara, pero sigo en pie, caminando con una sonrisa y esperando que el vaivén del tiempo me devuelva la calma. Pero cada año que pasa invierto menos tiempo en estos cálculos. Al fin y al cabo un empate, quizá, sería lo justo...

Y tras muchas estadísticas y balances, el resultado es similar año tras año para la mayoría de la gente.. "Voy a adelgazar, no juzgaré sin conocer, no gritaré a mis hijos, estudiaré más, visitaré a ese amigo al que le dije hace mil años "nos vemos pronto", haré ejercicio, llamaré a menudo a mi madre, trabajaré menos para atender a mi familia, gastaré de manera más racional, tomaré las riendas de mi vida, iré al médico a hacerme un chequeo, viviré el día a día sin agobiarme por lo que vendrá, invertiré en mi ocio y mis gustos...." ¿alguno de vosotros podría elegir tres de esas cosas?. Casi seguro que si... y eso que sólo son estándars de revista. Si nos estrujamos un poquito la cabeza y con unas risas de por medio nos saldrán unas cuantas más.

Por mi pequeño mundo diario pululan personas y personajes que, sin que yo lo pretenda, entran en él y no es que se queden (por suerte algunos si...) pero molestan de cojones.

Y ya empiezo a estar harta. Si... va muy en serio. Cada día me molesta más la gente que sólo se queja pero no actúa para que eso cambie o desaparezca, me molesta la amargura como filosofía de vida y el victimismo como justificación. Me molesta el egoísmo y la pasividad. Me molesta la intolerancia, las verdades absolutas y la falta de respeto. Me molesta que los días pasen y no se aprenda, no se valore, no se equilibre, no se luche, no se busque.... Pero, sobre todo, me molesta el ruido que hacen los falsos  porque no me permite escuchar el silencio de los que quiero...

Mi resultado... Pues que amo la vida, que me gusta andar por aquí y quiero ir  hacia delante. ¡Ah!  Y que ya estoy mayor para gilipolleces...